miércoles, 29 de julio de 2009

¿Y tú quién eres?

En este caso, el hecho (esperemos que acompañado del deceso profesional del cretino de marras) se produjo después de una comparecencia del ministro de trabajo ofrecida el pasado martes para evaluar la ruptura del llamado (de un modo reductivista y repateante)“diálogo social”.

Tras la rueda de prensa, un periodista de Televisión Española (como lo oyen) se acercó al ministro comeletras Corbacho y le preguntó sobre la postura expresada por la CEOE en su último comité de solicitar la reanudación de las conversaciones en septiembre. Hasta ahí todo normal, si sigue siendo normal que un ministro conteste preguntas. Pero el caso es que Corbacho cumplió con su cometido de hablar mucho sin decir nada a las mil maravillas. El problema vino instantes después, justo desde la izquierda de su pantalla, cuando el responsable de prensa del Ministerio, asaltó al redactor para quejarse de su comportamiento (hacerle una pregunta incómoda al ministro en su propia cara es intolerable, y mucho menos en una democracia) y llegó a amenazarle con no permitirle la entrada al edificio: “voy a quejarme porque lo has hecho muy mal. Es más, voy a pedir quién eres para evitar que vengas a este ministerio en la medida de lo posible”.

Afortunadamente, todavía no vivimos en una dictadura. Todavía. Y la fechoría del matonzuelo de prensa de turno pudo ser captada y emitida. Y lo que es más importante. Lo hizo en la televisión pública.

Por esta vez, la decisión de alguien con integridad ha permitido desvelar cómo se las gastan este tipo de jefes de propaganda con cargo al erario público, y seguramente el plumilla de turno, que con la cabeza agachada abandonaba la sala de prensa quién sabe –pensaría- si para siempre, ha salvado su cabeza. No servirá para mucho (pues estas prácticas están tan extendidas, por mucho que se revistan frecuentemente de violentas sutilezas que forman parte de la normalidad), pero al menos supone un gozo ver cómo alguno de esos lamesuelas tocados por un inexplicable exceso de celo son puestos al descubierto.

Pero, mejor, contémplenlo ustedes mismos.


martes, 21 de julio de 2009

Cobertura lunar: ¿y si hubiésemos llegado hoy?

lunes, 20 de julio de 2009

Bicentenarios

Cabía esperar que la conmemoración del bicentenario de la independencia de las colonias españolas en América terminaría dando salida al resentimiento, largamente acumulado, de parte de la población de un continente que sigue mirando con horror el pasado al que le sometió su antigua metrópoli, y que alcanzó su mayor grado de ignominia con el maltrato sistemático que recibieron por parte de sus nuevos amos los pobladores indígenas de este vasto territorio.

Nada ni nadie podrá reparar ese daño, que es exudado con frecuencia en forma de un indisimulado desdén hacia todo lo que tenga que ver con lo español, convertido en sinónimo de imperialista. Esta venganza, servida en fría bandeja ante las narices del descendiente Borbón de turno es promovida además por las nuevas elites políticas y culturales, especialmente de aquellos países con mayor población indígena, o donde la penetración del “socialismo del siglo XXI” es más intensa.

Asumir este peaje por los pecados pasados es casi normal (aunque tampoco hay que caer en la constante autoflagelación). Más me inquieta que la reivindicación venga acompañada del revisionismo histórico. Así parece estar ocurriendo en Bolivia, donde el presidente Evo Morales ha exaltado que 28 años antes del levantamiento, en 1809, de los criollos encabezados por el paceño Pedro Domingo Murillo, ya los indígenas habían dado un inmenso grito de libertad. Los más radicales consideran incluso a Murillo un traidor por haber contribuido, a las órdenes del Ejército de la Corona, a apagar aquella sublevación de 1781, lo que ha provocado que alguna estatua del antiguo héroe nacional haya sido atacada.

¿Adónde nos lleva todo esto? ¿A la dignificación de un pueblo? ¿O quizá a una recolonización en nuevos términos, pero igualmente excluyente? ¿Corremos el riesgo de que el mismísimo Simón Bolívar, gran símbolo de la nueva América que dice mirar al futuro sin complejos, termine siendo desprendido de su origen aristocrático y transformado en una especie de Tupac Amaru II?

Esto sería olvidar que los San Martín, Artigas, de Paula Santander, O’Higgins o Sucre, entre otros padres de las nuevas naciones, fueron educados en las ideas que germinaron en la Constitución de Cádiz, mostrando por lo tanto una sensibilidad mucho más cercana a la de los "opresores españoles" que a la de sus “hermanos indios”, que seguirían siendo explotados, ya sin la pesada tutela colonial pero con semejante saña, aún durante muchas décadas.

Los ideales liberales y revolucionarios (soberanía nacional, voluntad general, derechos individuales, laissez faire...) que habían cimentado la independencia de las colonias del norte y que en Europa habían eclosionado con la Revolución francesa, resultaron determinantes a la hora de que la clase criolla local decidiese tomar las armas para reclamar “su” tierra. La debilidad de la propia Corona, atenazada por la ocupación napoleónica, y razones de índole económica contribuyeron también decisivamente a que el movimiento de sublevación generalizada terminase provocando el nacimiento de las nuevas repúblicas.

Pero, no se trató ni mucho menos de un enfrentamiento entre clases o razas (aunque Bolívar fuera abolicionista), ni siquiera entre americanos nativos y odiosos extranjeros españoles, sino casi de una guerra civil en la que, como casi siempre, a los siervos de todos los tiempos, más allá de algún episodio aislado, se les reservó un papel meramente secundario.

Intentar dejar atrás una esclavitud física y material para caer en otra nacida de la ignorancia, no parece la mejor fórmula para conseguir una sociedad más equilibrada.

jueves, 16 de julio de 2009

Falsos recuerdos


Un nuevo estudio científico ha vuelto a arrojar luz sobre algo que ya sabíamos: que los seres humanos podemos acabar generando falsos recuerdos, esto es, “recordar” como reales cosas que nunca sucedieron o distorsionar hechos que, efectivamente, sí se produjeron, pero que nosotros terminamos edulcorando hasta el punto de terminar aboliendo con nuestra nueva versión la verdad que los originales encerraban.

Puede que a usted también le haya sucedido descubrir que un hecho que había quedado impreso en su memoria, que aún hoy es capaz de percibir con sus sentidos vívidamente, jamás tuvo lugar. Simplemente, se había producido un desajuste en la sustancia blanca en la que se encuentran las fibras nerviosas que conectan las diferentes regiones del cerebro.

Inquietante, ¿verdad?

Sabemos que los sentidos nos engañan, pero la posibilidad de que nuestro disco duro termine alterando los datos que creíamos tener a buen recaudo, nos llena de desconcierto. Una cosa es no poder rememorar algo y otra, muy diferente, es que nuestras percepciones sobre el pasado sean meras ficciones.

Dicen los responsables del estudio, realizado por el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge y la Universidad de Barcelona, que para generar el recuerdo falso utilizamos información que ya tenemos, pero que parece tan real y creíble que el individuo acaba creyéndoselo. Algo que puede arrojar sombras tremendamente alargadas en según qué ámbitos de la vida, como al afrontar un juicio.

El maestro del suspense, Alfred Hitchcok, que nunca tuvo miedo de asomarse a los abismos de la mente y que se sirvió en sus tramas de todo un abanico de filias, fobias y desarreglos varios (voyeurismo, vértigo, trastorno bipolar, histeria, megalomanía, paranoia...), nos mostró hasta qué punto una serie de sujetos y sujetas es capaz de identificar como culpable de un crimen a un tipo totalmente inocente. Y todo porque el personaje interpretado magistralmente por Henry Fonda guardaba algún parecido con el verdadero criminal.

Así, ¿quién nos dice, por ejemplo, que Felipe González no puede recordar que él siempre defendió a capa y espada la energía nuclear; o que otro ex presidente, en este caso José María Aznar, también podría almacenar el recuerdo de que en verdad su nombre es Fernando y está casado con una tal Isabel, reina de Castilla? Incluso no es improbable que Francisco Camps pudiera albergar también este tipo de recuerdos falsos y pensara que él se pagó de sus bolsillo los famosos trajes (por mucho que olvidara, vaya por Dios, dónde guardó las facturas).

Para Magritte la memoria era un bello y sereno busto clásico del que manaba sangre a la altura de uno de sus ojos. Pocas imágenes evocan con mayor fidelidad su ambigua condición, ésa que hace que olvidemos lo que no nos interesa y a veces recordemos incluso lo que nunca ha sucedido.

jueves, 9 de julio de 2009

Golpes líquidos

Desde que los hombres forman comunidades políticas, que es casi como decir que desde que el mundo es mundo, el golpe de Estado como forma de subversión del poder establecido ha sido un hecho habitual. Sin embargo, no será hasta el año 1639 -año en que Gabriel Naudé publicó sus Considérations politiques sur les Coups d´Etat-, cuando encontremos la primera vez, según la teoría política, en que la expresión fue utilizada de modo sistemático. En aquel tiempo, los golpes no tenían la mala fama de la que gozan en la actualidad. Para Naudé, podían llegar a ser “acciones audaces y extraordinarias que los príncipes se ven obligados a ejecutar (...), contra el derecho común y sin guardar ningún orden ni forma de justicia, arriesgando el interés de los particulares por el bien general”. Un golpe de Estado representaba algo así como la aplicación técnica de la razón de Estado por parte del gobernante, y convertía a éste en algo así como un salvador de la patria en peligro.

Sin embargo, esta lógica se vería adulterada por la filibustera presunción de que siempre existirá una justificación para actuar por el bien de la nación, generalmente adornada -pese a suponer el paso previo para la implantación de una dictadura- con el corolario de actuar en defensa de la democracia.

La experiencia latinoamericana es en este sentido muy tristemente ilustrativa. Décadas de explotación, ambición, violencia y pobreza han terminado produciendo nefastos e inverosímiles regímenes políticos. Ya no se trata sólo de la figura del caudillo, del cacique, del mítico demiurgo que la literatura, desde Sarmiento o Valle hasta el Trujillo retratado por Vargas Llosa, pasando por Asturias, Uslar Pietri, García Márquez, etc. nos ha legado; tampoco del general o coronel bravucón y desalmado que emergió en los años 70. No. La hibridación que se ha producido en el continente ha provocado mutaciones que son como el reflejo distorsionado en el azogue de esas formas puras con las que nos habíamos familiarizado. Nacía el dictador líquido, aquel que aspiraba a perpetuarse “legalmente” en el poder.

Fujimori, que remendó la Constitución para desempeñar un segundo mandato; Menem, Cardoso, Uribe, y por supuesto, Hugo Chávez -quien, tras fracasar a la hora de intentar hacerse con el poder por las bravas, decidió, como hiciera Hitler, servirse de los cauces democráticos-, ejemplifican esa tentación de permanencia.

Sólo que, cuando creíamos que lo habíamos visto todo, aún nos aguardaba una sorpresa. Esto es, la conversión paulina de un terrateniente representante del tradicional Partido Liberal hondureño en un convencido chavista deudor de las teorías autosucesorias, tan caras al ALBA.

La novedad que supone Zelaya convierte en sumamente complicado calificar el golpe que lo ha echado del poder según las tipologías al uso. Pero, lo peor es que, si bien algo nos dice que la democracia no ha perdido precisamente a un fiel servidor, no sabemos tampoco adónde se conduce el país centroamericano en manos de sus nuevos salvadores.

 
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