viernes, 27 de noviembre de 2009

Ágora: más luces que sombras


Entro a la sala a ver Ágora con un saco de prejuicios cargado a mi espalda. Desde que la película se estrenara hace unas semanas he tenido tiempo de visionar en televisión un buen puñado de fragmentos, no he podido evitar tragarme algún pedazo de 'making off' y, por supuesto he escuchado los más diversos comentarios por parte de espectadores y críticos. Con ese bagaje a cuestas me siento en la sala casi vacía (a pesar de que la peli está siendo un éxito de taquilla, la afluencia en lunes a los cines es verdaderamente exigua) preparado para ver un filme tildado a la vez, según la particular exégesis de cada uno, de “correcto pero frío”, “pretencioso”, “emocionante hasta las lágrimas”, “parte de una campaña ideológica orquestada por la izquierda” (sic), “aburrido”, “impropio de la talla de su autor”, “obra maestra” y otra serie de calificaciones y descripciones que, aisladas o combinadas a veces hasta de modo contradictorio, han conseguido anular cualquier juicio anticipado de valor por mi parte, pero que de algún modo han ido acrecentado mis deseos de ver el resultado hasta el punto de arrancarme del sofá (y esto es lo más que se pudiera decir para alguien que hace tiempo cambió la sala por la salita) para ir a verla en la gran pantalla.

Durante los primeros minutos todavía procuro encajar algunas de las críticas que espumean en mi mente y así intento formarme una idea de conjunto a través de la lectura separada de cada una de las primeras secuencias. Así me voy diciendo alternativamente “qué bien rodada está”, “esto tiene pinta de bodrio”, “la fotografía, espectacular”, “para mí que ésta es de ésas lentas”, “¿sería Alejandría realmente así?”, “mucha pasta y pocas nueces” … Hasta que llega un momento en el que, de modo inconsciente, aparto todas esas inútiles conjeturas y simplemente me dejo llevar. A partir de entonces –e insisto, la sensación es prácticamente imperceptible- me convierto en cautivo de la historia que Amenábar quiere contar.

Y menuda historia.

Porque hay que ser un tipo como Amenábar, un tipo capaz de debutar con una de las mejores películas de la historia del cine español, un tipo capaz de componer sus propias bandas sonoras (aunque no es el caso), un tipo capaz de camelarse a Tom Cruise y Nicole Kidman para rodar una película de fantasmas, un tipo que ha ganado un Óscar a los treinta y pocos años, un genio, en definitiva, para atreverse a recrear la Alejandría del siglo IV y contar la historia de la primera mujer filósofa de la historia.

Y hay que ser Amenábar, un maestro consorte del guión (junto a Mateo Gil son como los Furthman-Brackett del cine contemporáneo) para poner en imágenes uno de los mayores atentados contra la Cultura de Occidente (la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, más concretamente del Serapeo que conservaba los documentos que no habían sido aniquilados en los atentados anteriores); para narrar la peripecia vital de la infeliz Hipatia –así la describía Antonio Escotado en lo que me supuso mi primera referencia sobre el personaje- conociendo de antemano el espectador su funesto sino, y encima salir airoso.

Desde el primer momento, el director/narrador nos demuestra que juega con un material altamente sensible, que navega por un mar gélido que en cualquier momento puede cerrarse ante él y dejarlo atrapado en el hielo. Es tal la fuerza icónica del personaje central que cargar las tintas a base de pergeñar grandes trazos dramáticos en torno a su figura podría suponer convertirlo en caricatura. Por otra parte, corre el riesgo de perderse en la abstracción y dejarse seducir por el reino de las ideas puras en el que se mueve quien al fin y al cabo es por encima de todo una filósofa, una científica, y a fin de cuentas, lo que está haciendo es una película. En ese difícil equilibrio entre los dramáticos hechos históricos (modificados a conveniencia de acuerdo a las necesidades narrativas, a veces de modo poco justificable como ocurre con el personaje de Silesio de Cirene), el carácter paradigmático de la pensadora (su condición de intelectual, de mujer, de mujer intelectual) y el deseo de contar una historia que sea a la vez reflejo de un tiempo y denuncia universal de la barbarie, que emocione y entretenga, pero sin concesiones a la frivolidad, se mueve el director.

La Historia entrevista con pasión, pero bañada con luz fría. La obsesión por el tempo narrativo. La perfección formal. El dibujo detallado de unos personajes a menudo arquetípicos pero a los que se les ha tocado en muchos casos con la varita de la incertidumbre, son las herramientas de las que se vale Amenábar para situar la lucha entre las tinieblas de la ignorancia, el dogmatismo y la barbarie (que representan los cristianos sí, pero también los judíos que se preparan para una nueva diáspora e incluso los propios paganos idólatras que han levantado la Biblioteca pero también estatuas a las que adorar de hinojos); y las luces de la inteligencia y el conocimiento que representa Hipatia.

Es en este sentido que la película consigue no sucumbir en la trampa del maniqueísmo, incluso del legítimo resentimiento hacia quienes se convierten, en nombre del Dios Único, en artífices de la destrucción de lo que de sublime aún conserva el mundo antiguo. Por eso, aunque ciertamente resulte exagerado el considerar el capítulo que desarrolla Amenábar como el final de una era esplendorosa que cede el testigo al empuje de la superstición la intolerancia) al mundo pagano al que somos invitados a asomarnos, no le son escamoteados sus tintes más sombríos, como el fanatismo religioso que también se encuentra instalado, o la perpetuación de una esclavitud física y moral que sirve al mismo tiempo de caldo de cultivo para movimientos insurgentes que, como el propio cristianismo, beben del rencor hacia un gobierno despótico e hipócrita que como el que representa el Imperio Romano los mantuvo durante siglos en la pobreza, en la semiclandestinidad, sojuzgados.

Amenábar se eleva así sobre la contingencia histórica y apunta directamente al fanatismo como categoría, sabedor de que allí donde una vez los cristianos fueron instrumento de destrucción –aunque hay que reconocer que prolongarán durante mucho tiempo su reinado de oscuridad-, más tarde podrán ser otros –los propios árabes que siglos después reducirán a cenizas cualquier volumen que hubiera podido escapar al ansia liberticida del patriarca de Alejandria, Teófilo y de otro santo de la Iglesia, su sobrino Cirilo- los encargados de consumar la purga (porque “Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo con la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos”)

Quizá por este motivo donde la película, a mi juicio, brilla con más luz es en la representación de la Razón abriéndose camino a través de los estudios de Hipatia. Éste es verdaderamente el eje en torno al que orbita –y nunca mejor dicho- el filme. Podrán quemar buena parte del conocimiento acumulado, podrán reducir la espiritualidad a un sucedáneo de fe, estrecho, ridículo, obsceno, pero allá donde una mente libre se abra paso, donde unos ojos intenten escrutar en las estrellas la dinámica celeste, donde un alma se interrogue sin cerrojos sobre el destino de los humanos, podrá haber esperanza.

Éste es el mensaje, si tuviera alguno, de Ágora. Ésta es la lectura que sus responsables y, sobremanera la protagonista, Rachel Weisz (de la que no diré que me ha sorprendido, pues ya en El jardinero fiel nos demostró de lo que es capaz delante de una cámara) consiguen trasladar en las algo más de dos horas que dura la cinta. El que mientras el mundo se desangra, Roma cede el testigo a un nuevo imperio, y los predicadores se disputan las almas, con el libro único en una mano y la espada en la otra, sobre el tablero de la ignorancia, el hombre –en este caso una mujer investida de una sobria dignidad (sofrosine) que trascenderá la furia de sus perseguidores- será capaz de elevarse sobre su propia podredumbre para aspirar a rozar siquiera un trozo de absoluto.

Hipatia, alcanza así la categoría de símbolo y se inscribe en la lista mártires laicos que, como antes Anaxágoras y Sócrates, o más adelante Galileo, Spinoza, Bruno.., tendrán que sufrir las acusaciones de incitación al desorden, impiedad o herejía, siendo obligados a retractarse, condenados al exilio, asesinados o amablemente conducidos al suicidio. La imagen de los siniestros parabolanos, la facción más extremista del cristianismo imperante, su voluntad homicida, sus gritos desesperados de “Dios es uno” hace que resuenen en nuestra memoria los “mueras a la inteligencia” que, entonados en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, un día de octubre del 36 trataron de acorralar a una de las mentes más lúcidas del siglo XX español.También nuestro Miguel de Unamuno ("venceréis pero no convenceréis"), como aquella sabia alejandrina mil quinientos años antes, se negó a abjurar de sus ideas.

Éste es el mensaje, si tuviera alguno, de Ágora. No el cerril anticatolicismo del que se le acusa. Ésta es la póstuma victoria de la hija de Teón. De Hipatia, la más grande.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Algo personal

Cuando observo a los grandes líderes mundiales zozobrar una vez más ante una nueva oportunidad de poner freno a la degradación medioambiental que asola el planeta; cuando leo las crónicas de prensa sobre un nuevo fracaso en la lucha (lucha que hacen otros) contra el hambre; cuando escucho a los ejecutivos de la grandes empresas -o de otras más modestas pero con ínfulas similares- criticar al Estado intervencionista, o a los apesebrados prebostes del sindicalismo hablar en nombre de la clase obrera; cuando escucho sus discursos, soflamas y alocuciones…, siempre me acuerdo de la canción de Serrat, ese “cambalache”, que como el del propio Santos Discépolo, cobra plena vigencia a cada momento. El turbio origen del inicio, la mística conversión, la palabrería barata del final del tema… Seguro que a cada uno de nosotros se nos vendrán a la cabeza ejemplos capaces de encarnar “valores” tan en boga.

Grande, Serrat.



Probablemente en su pueblo se les recordará
como cachorros de buenas personas,
que hurtaban flores para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.

Probablemente que todo eso debe ser verdad,
aunque es más turbio cómo y de qué manera
llegaron esos individuos a ser lo que son
ni a quién sirven cuando alzan las banderas.

Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones:
tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad,
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad,
a colgar en las escuelas su retrato.

Se gastan más de lo que tienen en coleccionar
espías, listas negras y arsenales;
resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande.

Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz,
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Y como quien en la cosa, nada tiene que perder.
Pulsan la alarma y rompen las promesas
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.

Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos de masacrar,
sofisticados y a la vez convincentes.

No conocen ni a su padre cuando pierden el control,
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión
de declarar públicamente su empeño
en propiciar un diálogo de franca distensión
que les permita hallar un marco previo

que garantice unas premisas mínimas
que faciliten crear los resortes
que impulsen un punto de partida sólido y capaz
de este a oeste y de sur a norte,

donde establecer las bases de un tratado de amistad
que contribuya a poner los cimientos
de una plataforma donde edificar
un hermoso futuro de amor y paz.

martes, 10 de noviembre de 2009

Erlkönig (no es lo nuevo de Mecano pero...)


Original Alemán

Wer reitet so spät durch Nacht und Wind?
Es ist der Vater mit seinem Kind;
Er hat den Knaben wohl in dem Arm,
Er faßt ihn sicher, er hält ihn warm.

"Mein Sohn, was birgst du so bang dein Gesicht?"
"Siehst, Vater, du den Erlkönig nicht?
Den Erlenkönig mit Kron und Schweif?"
"Mein Sohn, es ist ein Nebelstreif."

"Du liebes Kind, komm, geh mit mir!
Gar schöne Spiele spiel' ich mit dir;
Manch' bunte Blumen sind an dem Strand,
Meine Mutter hat manch gülden Gewand."

"Mein Vater, mein Vater, und hörest du nicht,
Was Erlenkönig mir leise verspricht?"
"Sei ruhig, bleib ruhig, mein Kind;
In dürren Blättern säuselt der Wind."

"Willst, feiner Knabe, du mit mir gehn?
Meine Töchter sollen dich warten schön;
Meine Töchter führen den nächtlichen Reihn,
Und wiegen und tanzen und singen dich ein."

"Mein Vater, mein Vater, und siehst du nicht dort
Erlkönigs Töchter am düstern Ort?"
"Mein Sohn, mein Sohn, ich seh es genau:
Es scheinen die alten Weiden so grau."

"Ich liebe dich, mich reizt deine schöne Gestalt;
Und bist du nicht willig, so brauch ich Gewalt."
"Mein Vater, mein Vater, jetzt faßt er mich an!
Erlkönig hat mir ein Leids getan!"

Dem Vater grauset's, er reitet geschwind,
Er hält in Armen das ächzende Kind,
Erreicht den Hof mit Müh' und Not;
In seinen Armen das Kind war tot.

Traducción Español

¿Quién cabalga tan tarde a través del viento y la noche?
Es un padre con su hijo.
Tiene al pequeño un su brazo
Lo lleva seguro en su tibio regazo.

"Hijo mío ¿Por qué escondes tu rostro asustado?"
"¿No ves padre al Rey de los Elfos ?
¿El Rey de los Elfos con corona y manto?"
"Hijo mío es el rastro de la neblina."

"¡Dulce niño, ven conmigo!
Jugaré maravillosos juegos contigo;
Muchas encantadoras flores están en la orilla,
Mi madre tiene muchas prendas doradas."

"Padre mío, padre mio ¿no escuchas
Lo que el Rey de los Elfos me promete?"
"Calma, mantén la calma hijo mío;
El viento mueve las hojas secas. "

"¿No vienes conmigo buen niño?
Mis hijas te atenderán bien;
Mis hijas hacen su danza nocturna,
Y ellas te arrullarán y bailarán para que duermas."

"Padre mío, padre mío ¿no ves acaso ahí,
A las hijas del Rey de los Elfos en ese lugar oscuro?"
"Hijo mío, hijo mío, claro que lo veo:
Son los árboles de sauce grises."

"Te amo; me encanta tu hermosa figura;
Y si no haces caso usaré la fuerza."
"¡Padre mío, padre mío, ahora me toca!
¡El Rey de los Elfos me ha herido!"

El padre tiembla y cabalga más aprisa,
Lleva al niño que gime en sus brazos,
Llega a la alquería con dificultad y urgencia;
En sus brazos el niño estaba muerto.

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Si pones en unos mismos títulos de crédito a Goethe, Schubert, Claudio Abbado y Anne Sofie von Otter puedes apostar con seguridad a que el resultado estará comprendido entre la excelencia y lo sublime. A los que no sabríamos vivir sin música pero al mismo tiempo engrosamos las filas de quienes carecemos de una cultura musical mínimamente sólida (para los que un lieder es el que viste de amarillo en el tour de Francia y una mezzosoprano un tipo de pizza con ración doble de queso) este tipo de conjunciones, que se materializan en composiciones como la célebre balada “Der Erlkönig” (más conocida como "Erlkönig") pueden llegar a paralizarnos. ¿Cómo se puede ser el mismo después de haber abierto tal puerta? Pecaré de cursilería. Pero, cuando uno es herido así, por una voz, por unos versos, por un ritmo, sabe que jamás podrá recuperarse. Podrá hacer como que nada ha sucedido. Se echará a la espalda a la carga y se olvidará incluso de que ahí reposa. Pero, en cualquier momento, esa sensación de intenso desvalimiento regresará.

“Der Erlkönig” –ahora tiraré de wikipedia- es un poema compuesto por Goethe como parte de la balada operística de 1782 titulada "Die Fischerin" que relata la muerte de un niño acosado por un ser sobrenatural, el "Erlkönig" (literalmente, "Rey de los Elfos").

El poema comienza con un pequeño niño siendo llevado a casa por su padre. Al comienzo da la impresión que el pequeño simplemente está padeciendo una vaga dolencia, y ve la muerte como producto de su imaginación. Al avanzar la lectura del poema, éste toma un tono más oscuro para terminar con la muerte del niño.

Goethe baso su poema en “Erlkönigs Tochter” (“La hija del Rey de los Elfos”), una obra danesa traducida al alemán por Johann Gottfried Herder. El título era “La hija del Rey de los Elfos” y apareció en su colección de canciones folclóricas, Stimmen der Völker in Liedern (publicada en 1778).

Sin embargo, cuentan también como posible origen del poema que Goethe visitaba a un amigo cierta noche cuando una figura oscura cargando un bulto en sus brazos fue vista cabalgando hacia las puertas de la ciudad a gran velocidad. Al día siguiente Goethe y su amigo se informaron de que era un granjero que llevaba a su hijo enfermo al doctor.

En cualquier caso, la naturaleza del Rey de los Elfos está sujeta a debate. El nombre se traduce literalmente del alemán como “Rey de los Alisos”, a diferencia de la traducción “Rey de los Elfos” (la cual sería en alemán Elfenkönig o Elbenkönig). Se ha dicho que “Erlkönig” es una mala traducción hecha del danés “ellerkonge” o “elverkonge” la cual sí quiere decir “Rey de los Elfos”. De acuerdo con el folclore alemán y danés el Rey de los Elfos aparece como presagio de la muerte, parecido a la banshee en la mitología irlandesa, pero a diferencia de la banshee, el Rey de los Elfos solo se le aparece a la persona que va a morir. Su forma y expresión le dicen a la persona qué tipo de muerte tendrá: una expresión de dolor significara una muerte dolorosa mientras que una expresión pacifica una muerte tranquila. Otra interpretación sugiere que la leyenda dice que cualquiera que toque al Rey de los Elfos debe morir.

El poema ha sido usado como texto para lieder por muchos compositores clásicos, aunque el más famoso es indudablemente el de Franz Schubert, en su op. 1 d. 328.

En la versión shubertiana cuatro personajes (narrador, padre, hijo y el Rey de los Elfos) son cantados por un vocalista, aunque ocasionalmente también por cuatro. Schubert puso a cada personaje en diferente escala vocal y cada uno con su propio ritmo, de modo que la mayoría de vocalistas que cantan usan un tono diferente para cada personaje. Además, un quinto personaje, el caballo, esta implícito en el rápida figura del tresillo que toca el pianista simulando las pisadas del animal.

La composición se considera muy difícil de cantar debido a la caracterización vocal requerida del vocalista así como la dificultad del acompañamiento, que requiere la rápida repetición de acordes y octavas para crear el drama y la urgencia del poema original. Es por lo tanto, un tema ante el que un intérprete puede zozobrar o mostrar sus dotes dramáticas en toda su expresión. Anne Sofie von Otter consigue infligirle verdadera autenticidad a la caracterización de cada registro y ahí reside la grandeza de su versión. Verdaderamente emocionante.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Bye, bye Soitu


La desaparición de un medio, independientemente de su propuesta, de su línea editorial, supone un motivo de inquietud y alarma para la comunicación de un país. Una sociedad compleja exige una compleja trama de intérpretes que intenten descifrar las claves por las que una época transita. Ésa es la labor mediadora que la prensa desde hace siglos, con grandes aciertos (como los que llevaron a dos jóvenes periodistas del Post a derrocar a todo un presidente de los EE.UU o hicieron posible una transición pacífica a la democracia en España) y estrepitosos fracasos (los que por ejemplo TNYT protagonizó durante la primera fase de la reciente guerra de Irak), ha desempeñado.

Sin embargo, existen decesos que producen mayor congoja que otros, que en tiempos de recortes masivos y generalizada precariedad, generan una dosis extra de rabia e impotencia. Y estos fueron precisamente los sentimientos que me asaltaron hace unos días cuando me enteré de que el portal de información digital soitu había tenido que echar el cierre.

Soitu era el sueño de un grupo de profesionales bien curtidos que habían avizorado que el panorama de la comunicación había sufrido una transformación vertiginosa a la que no podía sustraerse una redacción que pudiera considerarse moderna. Y sobre esta en apariencia sencilla premisa decidieron montar un proyecto que pusiera las nuevas tecnologías al servicio del periodista y en última instancia del lector/usuario. Así, decidieron apostar por un diseño innovador (reconocido a nivel mundial) y crearon canales de información y de participación dirigidos a un lector al que se le trataba de tú a tú, sin paternalismo, confiando en su mayoría de edad, pero también sin vanas concesiones.

Como otros muchos -antes de que terminara enganchado al portal, cuando no podía imaginar que terminaría convertido en asiduo lector y agradecido colaborador-, yo llegué a soitu arrastrado por Javier Pérez de Albéniz, ácido crítico de televisión que venía rebotado de elmundo.es, en donde sus críticas a las teorías de la conspiración sobre el 11-M abanderadas por Pedro J., le habían granjeado, pese al éxito de su blog, no pocos enemigos. La libertad de “El descodificador” a la hora de repartir mandobles a diestro y siniestro, su vasta cultura, suponían un soplo de aire fresco en el panorama previsible y maniqueo en el que se movían los principales líderes de opinión y suponía, sin duda, la mejor tarjeta de presentación para el ‘no mass media’ que nacía.

Porque si soitu pudo tener muchas virtudes la principal fue su aura de independencia (ese “¿y estos de qué palo van?”) que le permitía poner en solfa a Zapatero o a Rajoy, a la ministra Aído o a Esperanza Aguirre, incluso al sector financiero en su conjunto, pese a que su principal inversor era una entidad bancaria. Tal vez este afán por mantener su autonomía respecto a los poderes fácticos haya precipitado su final, pero es la misma resistencia a las presiones que tuvo que sufrir un medio que empezaba a recibir ya más de un millón de visitas mensuales, y por lo tanto que “influía”, lo que le han abierto a este canal sin ínfulas una puerta a la grandeza.

Después de casi dos años acariciando el futuro de la información, murieron con las botas puestas y encima tuvieron narices de celebrar su velatorio en un último guiño de ironía e inteligencia. Sí, realmente habéis dejado un cadáver exquisito para consumo de necrófagos futuros con paladares a prueba de mesianismos y retórica hueca.



 
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