martes, 18 de agosto de 2009

Cuando fuimos los mejores

Porque lo fuimos. Incluso los que nacimos ya en democracia. Una democracia vulnerable apocada, convulsa, pero irreversible. Incluso los que no corrimos delante de grises, marrones o azules, ni tuvimos que cruzar ninguna frontera material para terminar de romper los muros de la mente.

Recuerdo aquella foto con una gran nitidez. Unos jóvenes a los que sólo se les veía el blanco de los ojos bajo un baño de espeso barro, se revolcaban por el fango sin dejar de mirar animosos el objetivo de la cámara. Se cumplían 25 años desde que en un fin de semana de agosto medio millón de personas inundaran las montañas de Nueva York para celebrar la Feria de Música y Arte de Woodstock. Para que naciera el concierto de leyenda cuya aura se grabaría en el imaginario colectivo de millones de jóvenes de todo el mundo.

Los que no pertenecíamos a la generación que fundó el original nos consolábamos deseando poder estar en ese otro, mercantilizado y a la postre violento que trataba de conmemorar el espíritu “hippie” reuniendo a algunos de los grupos más destacados del momento.

Vagamente me daba cuenta de que los parecidos no llegaban mucho más allá. Digo vagamente, porque hay que ser idiota para creer que en un concierto en el que tocan mis, por otra parte, admiradísimos Nine inch nails, pudiera reencarnarse algo parecido al espíritu del “flower power”.

En veinticinco años, muchas cosas habían cambiado -no sólo en unos Estados Unidos que se desperezaban de su sueño de supremacía-, y pese a la irrupción del llamado New Age, de la llamada al despertar de una nueva conciencia, los vertiginosos cambios que habían sacudido al mundo, de la caída del comunismo al empuje del neoliberalismo, habían enterrado algunos de los ideales por los que había transitado una generación, sembrando de nostalgia y amaneramiento todo intento de rescatar tiempos pasados.

En realidad, no hacía falta esperar tanto para descubrir que, con toda su carga de etéreo simbolismo, aquella explosión de agosto de 1969, sólo fue un fugaz paréntesis. Ya en el Altamont, cuatro meses después de que Hendrix echara el cierre a un festival musicalmente memorable al ritmo de “Hey Joe”, el empeño de realizar un “Woodstock del Oeste” se saldó de manera desastrosa. Allí estaban Santana, Jefferson Airplane, y sobre todo los Rolling Stone, organizadores del evento y de manera involuntaria, responsables del desfase que, homicio mediante, terminaría obligando a suspender el festival.

Tras los frustados 68 francés y checo, el megaconcierto californiano despidió a los jóvenes de la era de Acuario. Esto no supondría el fin de los deseos de cambio, pero sí la constatación de que avanzar de manera colectiva hacia una sociedad más comprometida en su lucha contra la discriminación, sería una tarea más ardua de lo que hace justo 40 años pudo llegar a pensarse.

[artículo recomendado por soitu]

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