viernes, 28 de agosto de 2009

El sol en la cara

Cuatro menos algo de la tarde de un abrasador día de agosto. Un timbrazo rompe de pronto la calma dormecina de la casa. Adentro, todos duermen. Mejor dicho, dormían. Igual ha sido una chiquillada o a lo mejor se han equivocado, piensan desde el sopor de la siesta sus habitantes, acariciando la posibilidad de seguir abandonándose a la tarea de robarle al tórrido verano unas horas de sueño.

El timbre vuelve a sonar. Dos veces. La segunda, de manera perversamente alargada, imperativa.

Los vecinos no pueden ser, ya se les ha manifestado de manera expresa que la hora de la siesta es sagrada, y aunque al aviso no siempre le haya acompañado el éxito, difícilmente se atreverían a transgredir la norma de manera tan descarada (puestos a joder, tienen bastante con los alaridos de los niños en la piscina); al chico del Círculo tampoco se le espera y, además él suele venir de noche, con la fresquita. A ver si es que ha pasado algo, concluye entonces el hombre de la casa, mientras se incorpora atolondradamente, como el boxeador que, apoyándose en las cuerdas, siente bailarle en los oídos el “nueve” que acaba de cantar el árbitro.

Mientras se dirige a la puerta se pasa ambas manos por los cabellos sudados y acalla con un enérgico “voyyyy” los conatos que en diferentes lugares de la casa sus familiares han emprendido de acudir.

Ya en el patio y mientras el sol, que ha empinado la descendente, le cae sobre los ojos, empieza a vislumbrar dos figuras al fondo. Entonces, antes incluso de que sus pies desnudos y por lo tanto en creciente estado de cocción lleguen a la altura de la puerta, una voz de chica le espeta con toda confianza: “Venimos a comer”.

La voz no le es conocida y el rostro de las jóvenes que, carpeta en ristre, le sonríen desde la calle, tampoco. Aún así, abre la puerta y musita: “¿Perdón?”. “Hombre, que venimos a comer”, le responde la misma voz después de tropezar con el piercing del labio. Como es un tipo de esos antiguos, poco dado a bromas revientasiestas ejecutadas a pleno sol, tras ver una plaquita pendiendo del cuello de las chicas pregunta a bocajarro: “¿Qué me queréis vender?”. Ellas se miran, casi ofendidas y replican que tal no es su intención. “¿Entonces?”. “Pues nada, que estamos apuntando a gente para ayudar a los niños de...”, y entonces, el hombre repara en un folleto en el que aparece una foto de un famoso jugador de fútbol, padrino de la campaña. Por un momento, se arrepiente de su poca hospitalidad; les cuenta, ante su incredulidad, que ya colabora con algunas ONG y que, si bien no duda de los fines nobles del proyecto que representan, no puede asumir un nuevo compromiso. “No se trata de ir derrochando por ahí una especie de caridad barata”, dice.

En se momento, los rostros de las jóvenes se crispan y una le dice a la otra: “Vamos, tía, que me está dando el sol en tó la cara”. Y se marchan. El hombre entra de nuevo en casa y se tumba. Ya no logra conciliar el sueño.

martes, 18 de agosto de 2009

Cuando fuimos los mejores

Porque lo fuimos. Incluso los que nacimos ya en democracia. Una democracia vulnerable apocada, convulsa, pero irreversible. Incluso los que no corrimos delante de grises, marrones o azules, ni tuvimos que cruzar ninguna frontera material para terminar de romper los muros de la mente.

Recuerdo aquella foto con una gran nitidez. Unos jóvenes a los que sólo se les veía el blanco de los ojos bajo un baño de espeso barro, se revolcaban por el fango sin dejar de mirar animosos el objetivo de la cámara. Se cumplían 25 años desde que en un fin de semana de agosto medio millón de personas inundaran las montañas de Nueva York para celebrar la Feria de Música y Arte de Woodstock. Para que naciera el concierto de leyenda cuya aura se grabaría en el imaginario colectivo de millones de jóvenes de todo el mundo.

Los que no pertenecíamos a la generación que fundó el original nos consolábamos deseando poder estar en ese otro, mercantilizado y a la postre violento que trataba de conmemorar el espíritu “hippie” reuniendo a algunos de los grupos más destacados del momento.

Vagamente me daba cuenta de que los parecidos no llegaban mucho más allá. Digo vagamente, porque hay que ser idiota para creer que en un concierto en el que tocan mis, por otra parte, admiradísimos Nine inch nails, pudiera reencarnarse algo parecido al espíritu del “flower power”.

En veinticinco años, muchas cosas habían cambiado -no sólo en unos Estados Unidos que se desperezaban de su sueño de supremacía-, y pese a la irrupción del llamado New Age, de la llamada al despertar de una nueva conciencia, los vertiginosos cambios que habían sacudido al mundo, de la caída del comunismo al empuje del neoliberalismo, habían enterrado algunos de los ideales por los que había transitado una generación, sembrando de nostalgia y amaneramiento todo intento de rescatar tiempos pasados.

En realidad, no hacía falta esperar tanto para descubrir que, con toda su carga de etéreo simbolismo, aquella explosión de agosto de 1969, sólo fue un fugaz paréntesis. Ya en el Altamont, cuatro meses después de que Hendrix echara el cierre a un festival musicalmente memorable al ritmo de “Hey Joe”, el empeño de realizar un “Woodstock del Oeste” se saldó de manera desastrosa. Allí estaban Santana, Jefferson Airplane, y sobre todo los Rolling Stone, organizadores del evento y de manera involuntaria, responsables del desfase que, homicio mediante, terminaría obligando a suspender el festival.

Tras los frustados 68 francés y checo, el megaconcierto californiano despidió a los jóvenes de la era de Acuario. Esto no supondría el fin de los deseos de cambio, pero sí la constatación de que avanzar de manera colectiva hacia una sociedad más comprometida en su lucha contra la discriminación, sería una tarea más ardua de lo que hace justo 40 años pudo llegar a pensarse.

[artículo recomendado por soitu]

martes, 11 de agosto de 2009

"Bajo coste"

Inteligente artículo publicado hoy en el diario El País sobre esta sociedad de "bajo coste" rarita, rarita que nos hemos montado. Para que les salga más barato, lo reproduzco a continuación. A los de PRISA sé que no les importa. Con la publicidad tan buena que les hago sólo con mencionarlos. Y con enlace y tó. Si es que un par de veces más y los saco de la crisis. Bueno, que lo disfruten:

Estamos creando una sociedad low cost o de bajo coste, a imagen y semejanza de esas aerolíneas que te llevan al Polo Norte, ida y vuelta, por diez eurillos, botella de agua no incluida y con derecho a un solo pipí en todo el trayecto. Muchos creen que ese modus operandi, rácano pero práctico, se está trasladando al ámbito productivo, es decir, que la paga de los curritos y su capacidad para llenar el carrito del híper también se está volviendo low cost a marchas forzadas.

Yo voy más allá. Creo que el bajo coste se está enraizando en nuestras costumbres como una hiedra pegajosa y urticaria. En realidad, esto viene de antiguo, justo cuando Burger King abrió en Madrid su primer restaurante, allá por 1975. Muchos se quedaban entonces estupefactos: los fugaces comensales, después de zamparse la hamburguesa, limpiaban y recogían sus bandejas, sin rechistar y sin que nadie se lo ordenara. Les hablo de la España en la que no había papeleras en los bares y las barras eran verdaderas cochiqueras porque estaba hasta mal visto no arrojar al suelo colillas, huitos y cabezas de gambas.

Ese virus Whopper disfrazado de civismo se propagó, y ahora amenaza a la razón de ser de nuestras vidas: el consumismo. El que paga ya no manda; al contrario, curra. Repostamos gasolina, nos pesamos la fruta en el súper, depositamos la basura en veintisiete cubos de colores, montamos los muebles del Ikea, nos autoinstalamos el ADSL... ¡Y encima pagamos por todo ello! Pronto, las funerarias repartirán cartelitos por los hospitales que digan: "Por favor, momentos antes de morirse, métase en el féretro, y cierre delicadamente la tapa". ¡Cómo diablos no va a haber cada vez más mileuristas si el personal está dispuesto a ejercer de camarero, frutero y técnico-instalador por la cara!

La protesta también se ha vuelto low cost. Lo de tirar adoquines no se lleva. Ya puede estar la cola del INEM a reventar o las cuentas públicas en barrena, que la calle sólo se pone en pie para denunciar que el presidente de su fútbolclub es un chorizo. En estos tiempos de política ciberlight, el colmo de lo reivindicativo es ir a un concierto y corear "eo eo eo" cuando el rockstar, generalmente cincuentón y multimillonario, jalea consignas manidas de paz, amor y verde que te quiero verde. La peña sale encantada con su inconformismo popero. Y eso que les han cobrado 80 eurazos por la entrada.

Pero si hasta la Coca-Cola va a sacar un refresco low cost, unos polvitos a los que se añade agua y saben a jarabe. Lo va a llamar Menos es más. No les digo más.


 
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