lunes, 20 de julio de 2009

Bicentenarios

Cabía esperar que la conmemoración del bicentenario de la independencia de las colonias españolas en América terminaría dando salida al resentimiento, largamente acumulado, de parte de la población de un continente que sigue mirando con horror el pasado al que le sometió su antigua metrópoli, y que alcanzó su mayor grado de ignominia con el maltrato sistemático que recibieron por parte de sus nuevos amos los pobladores indígenas de este vasto territorio.

Nada ni nadie podrá reparar ese daño, que es exudado con frecuencia en forma de un indisimulado desdén hacia todo lo que tenga que ver con lo español, convertido en sinónimo de imperialista. Esta venganza, servida en fría bandeja ante las narices del descendiente Borbón de turno es promovida además por las nuevas elites políticas y culturales, especialmente de aquellos países con mayor población indígena, o donde la penetración del “socialismo del siglo XXI” es más intensa.

Asumir este peaje por los pecados pasados es casi normal (aunque tampoco hay que caer en la constante autoflagelación). Más me inquieta que la reivindicación venga acompañada del revisionismo histórico. Así parece estar ocurriendo en Bolivia, donde el presidente Evo Morales ha exaltado que 28 años antes del levantamiento, en 1809, de los criollos encabezados por el paceño Pedro Domingo Murillo, ya los indígenas habían dado un inmenso grito de libertad. Los más radicales consideran incluso a Murillo un traidor por haber contribuido, a las órdenes del Ejército de la Corona, a apagar aquella sublevación de 1781, lo que ha provocado que alguna estatua del antiguo héroe nacional haya sido atacada.

¿Adónde nos lleva todo esto? ¿A la dignificación de un pueblo? ¿O quizá a una recolonización en nuevos términos, pero igualmente excluyente? ¿Corremos el riesgo de que el mismísimo Simón Bolívar, gran símbolo de la nueva América que dice mirar al futuro sin complejos, termine siendo desprendido de su origen aristocrático y transformado en una especie de Tupac Amaru II?

Esto sería olvidar que los San Martín, Artigas, de Paula Santander, O’Higgins o Sucre, entre otros padres de las nuevas naciones, fueron educados en las ideas que germinaron en la Constitución de Cádiz, mostrando por lo tanto una sensibilidad mucho más cercana a la de los "opresores españoles" que a la de sus “hermanos indios”, que seguirían siendo explotados, ya sin la pesada tutela colonial pero con semejante saña, aún durante muchas décadas.

Los ideales liberales y revolucionarios (soberanía nacional, voluntad general, derechos individuales, laissez faire...) que habían cimentado la independencia de las colonias del norte y que en Europa habían eclosionado con la Revolución francesa, resultaron determinantes a la hora de que la clase criolla local decidiese tomar las armas para reclamar “su” tierra. La debilidad de la propia Corona, atenazada por la ocupación napoleónica, y razones de índole económica contribuyeron también decisivamente a que el movimiento de sublevación generalizada terminase provocando el nacimiento de las nuevas repúblicas.

Pero, no se trató ni mucho menos de un enfrentamiento entre clases o razas (aunque Bolívar fuera abolicionista), ni siquiera entre americanos nativos y odiosos extranjeros españoles, sino casi de una guerra civil en la que, como casi siempre, a los siervos de todos los tiempos, más allá de algún episodio aislado, se les reservó un papel meramente secundario.

Intentar dejar atrás una esclavitud física y material para caer en otra nacida de la ignorancia, no parece la mejor fórmula para conseguir una sociedad más equilibrada.

2 comentarios:

J. R. P. dijo...

Muy buen artículo, José Mª. Estoy de acuerdo contigo. Los errores hay que contextualizarlos, y no por ello dejan de ser errores. Pero sólo así (no falseándolos) pueden comprenderse en toda su dimensión, y evitarse en el futuro.

También me pregunto qué pensarán esos indigenistas radicales del Padre Las Casas, por ejemplo. ¿A lo mejor creen que no era español?

Como dijo Neruda, "los españoles nos quitaron el oro y nos dieron el Oro." Él se refería al idioma castellano, pero al mismo tiempo relativizaba los enconamientos malsanos de sus compatriotas.

Por lo demás, es absurdo criminalizar en diferido. Ni los musulmanes pueden reinvindicar Al-Andalus, ni los amerindios pueden acusar a los españoles de genocidas; igual que los iberos tampoco tenemos derecho a mirar con rencor a Italia (¡esos invasores imperialistas romanos!) a Alemania o Polonia (visigodos , suevos y vándalos...) ni al propio Islam.

La Historia, como decía Hegel, no se perpetúa en las generaciones, sino que son las generaciones las que se perpetúan en la Historia.

apocaliptico dijo...

Amigo grillo:
Cuánto cric-cricterio demuestras en tus observaciones, que lógicamente comparto. Aunque, quién no le tiene un poco de inquina a los suevos, ¿verdad?
En fin, la mayoría de las cosas son bastante más sencillas de lo que nos empeñamos en presentarlas y esta neurosis identitatia va a terminar por volvernos a tós chalaos.
Lo peor es que con frecuencia las voces de quienes defienden el partido del sentido común quedan marginadas, cuando no directamente sepultadas. La verdad cotiza a la baja.

 
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