lunes, 22 de junio de 2009

'Descomprender'

Pablo Neruda contaba en sus memorias un episodio conmovedor que le había ocurrido al poeta medio andaluz Pedro Garfias cuando, terminada la guerra civil, hubo de marchar al exilio. Relata el chileno de qué modo Garfias fue a parar durante su destierro al castillo de un Lord en Escocia. Abrumado tal vez por el peso de las piedras inmortales y la sensación de profunda soledad que sentía en su improvisada residencia, el poeta se desplazaba cada día a la taberna del condado y, sin hablar con nadie -pues no dominaba el idioma del país sino, adereza Neruda, “apenas un español gitano que yo mismo no le entendía”- se bebía su cerveza seguramente, pienso yo, recreando una y otra vez en su mente el triste destino de su pueblo.

El caso es que, sigue contándonos el autor del Canto general, una noche, cuando todos los parroquianos abandonaban el local, el tabernero le rogó que no se marchara, y así los dos siguieron bebiendo solos en el local, en silencio.

Este ceremonial se repitió a partir de aquel instante cada noche. Sólo que poco a poco, a medida que el tiempo pasaba y su confianza se iba agrandando, el mutismo de los primeros días fue quebrado y cada cual se lanzó a contarle a su compañero el relato de su propia vida. Garfias le hablaba al escocés de mil historias de la guerra de España, mientras éste le escuchaba con el máximo respeto. Y al revés, el poeta andaluz seguía con la misma entrega las batallas del tabernero a pesar de que tampoco entendía ni una palabra de lo que le estaba contando.

Como no podía ser de otra forma, se hicieron amigos y cuando tuvieron que separarse se dieron un abrazo emocionado.

Ninguno de los dos había entendido nada de lo que el otro le decía, pero a pesar de todo, escribía Neruda que le había asegurado Garfias, siempre tenían la imprensión de comprenderse.

Cuento esto porque esta franca comunión de soledades me parece la perfecta antítesis de lo que suele suceder casi siempre. Nuestras vidas discurren sobre el legado común de la lengua, en este caso el español, un potentísimo vehículo de cultura y conocimiento. Sin embargo, a pesar de compartir este patrimonio, nos empeñamos en hacer como que no entendemos a nuestros semejantes. Esto lo vemos cada día en el discurso político a través de la obstinación de líderes de distintos partidos que hacen todo lo posible para descomprender lo que su rival ha querido o podido decir.

Lo hemos comprobado con el reciente caso de los chiringuitos, donde el común deseo de que pudieran seguir abiertos ha degenerado en una lucha a nivel provincial por ver quién quería más a Málaga y los malagueños.

En el fondo, Garfias y su tabernero hablaban idiomas distintos pero una misma lengua. Ésa que no se aprende, que se lleva por dentro.

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