lunes, 2 de marzo de 2009

Vidas paralelas: de 'slumdogs' a héroes nacionales

Hay una escena en Slumdog Millionaire (y no revelo nada que no se sepa desde el inicio) en el que Jamal Malik, el joven nacido en los suburbios de Bombay que acaba de hacerse millonario en un concurso televisivo de preguntas y respuestas, es jaleado en diferentes rincones de todo el país por una multitud enfebrecida que celebra el éxito del que ha pasado a convertirse en la representación viva de la esperanza. El chico analfabeto, una rata más perdida entre las cloacas de una de las megalópolis indias, el mendigo huérfano acostumbrado a danzar con la muerte para mantener su estacionariamente miserable existencia, ha triunfado. De golpe y porrazo se ha convertido en un héroe, en un símbolo, en la encarnación del hasta ayer conocido como “sueño americano”, en cuya onírica existencia ha empezado a creer todo el planeta.Hasta aquí la ficción. Pero el destino -un elemento que se torna central en la película- se muestra trágicamente irónico.

Caramelos, guirnaldas y cientos de fotógrafos se agolpan en Mumbai un jueves de febrero. La expectación es máxima. La euforia se desata. De pronto la ficción se ha vuelto real. Y Jamal Malik deja de ser un personaje creado por Vikas Swarup para que Simon Beaufoy escriba un notable guión con el que Danny Boyle, el de Trainspotting, hará una fantástica película. La muchedumbre lo aclama. Pero, ahora es de verdad. El pequeño regresa junto a sus pequeños compañeros de reparto después de que su película haya triunfado en la última gala de los Óscar. Pese a los esfuerzos de la policía por llevárselos en volandas -la misma policía que en la cinta se emplea a fondo contra todo aquel que carezca de defensa, o hace la vista gorda mientras el enésimo conflicto religioso tiñe de sangre las calles-, y librarlos de la multitud, brillantes guirnaldas cubren en unos instantes los cuellos de los sonrientes menores.
Hay que protegerlos de la realidad.

Ésa en la que el niño que interpreta al hermano del protagonista se aloja en una vivienda sin camas con una lona por tejado; en la que a la pequeña heroína le aguardaría un minúsculo hogar situado junto a una vía férrea, en las mismas calles atiborradas de basura. Un lugar, que es la imagen misma del infierno para un ciudadano común en Europa, en el que las alcantarillas están destapadas y disponer de agua corriente es tan improbable como ganar ‘Quién quiere ser millonario’.

Sin embargo, a estos pequeños les ha tocado el premio gordo. Podrían haber sido otros entre cientos de millones de candidatos en un país que está llamado a convertirse en no demasiado tiempo en el más poblado de la tierra. Pero, gracias a que sólo en EE.UU la peli ha recaudado más de cien millones de dólares -una barbaridad si tenemos en cuenta que se trataba de una producción modesta-, podrán disponer de casas nuevas. De ésas en las que el agua fluye como si fuera cosa de magia y no hay que pagar unas rupias por defecar a cubierto de las miradas ajenas, entre cuatro tablas.

Todavía hay quien ha protestado en la India porque la cinta transmite una imagen irreal del país. Y tienen razón. Porque la película, extraordinaria por momentos, aunque a mi juicio sobrevalorada por la crítica, procura en lo posible endulzar cada uno de los momentos dramáticos con un terrón de optimismo por antídoto. Este bollywoodiense recurso supone sin duda un alivio para el espectador, que bastante tiene con haberse dejado los 7€ de la entrada, y al que una sobredosis de drama podría terminar por proyectarlo de la butaca, rompiéndose los cuernos de la mala conciencia contra el techo de la sala, pero encubre de algún modo la percepción final que sobre la India puede quedar.

El Arte, en todo caso, es libre.

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