lunes, 16 de marzo de 2009

El post que nunca he escrito

El post que nunca he escrito comenzó a gestarse hace algunos meses, después de leer la emocionada despedida que Fernando Sánchez Dragó le tributó en El Mundo a su gato Soseki, aquel encantador y rebelde minino -rasgos que son comunes a todos los de su especie- que en más de una ocasión vimos subírsele literalmente a las barbas a su dueño cuando éste cometió la temeridad de llevarlo a los ‘diarios de la noche’ que por un tiempo el escritor presentó en Telemadrid. Y continuó hace unos días al leer el sentido homenaje que el bloguero Alfredo de Hoces le rendía a su fiel perro de trece años, ante la perspectiva de que un día, no muy lejano, deba acostumbrarse a su aterradora ausencia.

El post que nunca he escrito, está atravesado también por la lectura de un artículo, salido de la pluma de George Steiner y compilado precisamente en un volumen llamado Los libros que nunca he escrito. En el mismo, el gran profesor, al reflexionar sobre la relación entre “hombre” y “bestia”, reconoce su amor por los animales, a los que en apenas unas páginas dedica un verdadero monumento intelectual de tintes autobiográficos con el que quizá el más completo humanista de nuestro tiempo se sitúa ante el abismo de integrarse en el círculo de aquellos que, bien por un “defecto emocional” o por “inmadurez” psicológica -y sin negar la dosis de sentimentalismo y autocomplacencia que tal actitud comporta-, aman más a sus mascotas que a los seres humanos, al menos que a la mayoría de estos.

El post que nunca fui capaz de escribir, empezó a incubarse, si lo pienso bien, mucho antes, sin duda que de modo inconsciente hace años, tal vez de niño, cuando la atracción y el temor hacia los perros se confundían en mi ánimo. Pero, de manera decisiva, vívida, irrenunciable, cuando conocí a Mari Carmen y, con ella, a nuestro Kurt. Hasta ese momento, yo era de los que pensaba orgullosamente con Sartre que el que quería a los animales lo hacía en contra de las personas. Hoy quizá también esté de acuerdo con esta máxima, con la diferencia de que, ahora puedo decirlo, no me importa en absoluto.

El caso es que todo este desbarajuste racional y emocional que ha marcado mi relación con los animales, me impidió escribir hace justo un año el homenaje que Kurt habría merecido. Me hubiese gustado contar entonces el modo en que su pérdida estrechó las paredes de nuestra casa de un modo asfixiante; cómo de insoportable era el silencio que de pronto lo invadía todo y cuán dignos de conmiseración éramos -cuando, pasadas unas semanas, nos habituamos a la nueva situación-, quienes al regresar de la calle podíamos abrir la puerta sin el temor de que él se escapara.

En todo este tiempo dibujé mil veces en mi cabeza su epitafio; deletreé hasta la extenuación la leyenda con la que, divertidos, en casa lo llamábamos: “ladrador y mordedor”; observé su fotografía en la espera de que fuese capaz de transmitirme el coraje necesario. Pero, siempre tenía que abandonar mi empresa. Las palabras no llegaban a formarse cuando habían vuelto a sumirse en el magma de mis pensamientos.

Un año después, y aunque Junior y Sierra, dos tiernos cachorros que han vuelto a llenar de alegría (y de pelusas) la casa, han ocupado el espacio físico que Kurt habitaba, he aprendido que nada llenará su vacío.

Quién sabe, quizá algún día pueda hablarles de ello. A lo mejor, más adelante, seré capaz de escribir ese maldito post.

[artículo recomendado por soitu]

No hay comentarios:

 
Copyright 2009 Apocalípticos e integrados. Powered by Blogger Blogger Templates create by Deluxe Templates. WP by Masterplan