viernes, 2 de enero de 2009

Mundo '08 visto e interrogado

Tres imágenes, a modo de metáfora, para describir el año. Y varias preguntas con la misma respuesta.

En la primera foto vemos una sofisticada construcción diseñada para reproducir, nada menos, las condiciones que existían en los orígenes del Universo, alrededor de la cual brindan alborozados un grupo de científicos. En la segunda instantánea, una niña de rostro angelical canta mientras el mundo aguarda la inauguración de unos nuevos juegos olímpicos, la gran fiesta del deporte, la paz y la concordia. En la tercera, vemos el rostro de otro niño, en este caso de grandes ojos y tez aceitunada mirando a la cámara fijamente, con delectación. Son imágenes que hablan de progreso, racionalidad y futuro; también de inocencia, de ilusión o de esperanza. Solo que en el primer caso, el cacharro en cuestión (conocido por sus siglas LHC) se escacharró a los diez días de su pomposa y grotesca (por el circo mediático de que se rodeó) inauguración, y no volverá a funcionar al menos hasta mediados de 2009; en el segundo, la niña no cantaba, sólo ponía la cara mientras la propietaria de la voz (si es que se puede poseer algo en un Estado de partido único) se escondía tras el telón, ocultando al público sus dientes torcidos -todo sin alma caritativa que lo levantara dejando el embeleco al descubierto, como en un buen musical- y, contraviniendo el efecto perseguido, recordándonos que detrás del boato y la mercadotecnia, la dictadura comunista china se basa en un gran engaño; por último, en la tercera instantánea, si nos fijamos bien, observamos que del rostro aparentemente inexpresivo del bello muchacho, emana un ligero temblor fruto de una inquietud interna. Al abrir el plano vemos que el chaval, de apenas seis o siete años, va uniformado al modo de los guerrilleros de Hamas y se encuentra en medio de una multitud que clama venganza.

AHORA, LAS PREGUNTAS

Así las cosas, cabe preguntarse en retrospectiva: ¿ha hecho el 2008 al mundo más equilibrado? Si inquirimos por el terreno económico, es difícil no caer en el cinismo, cuando no en el sarcasmo. El año de la crisis, como ya se le bautizó cuando la recesión sólo había asomado las orejas, ha servido para dejar nuestras vergüenzas al aire y para lanzarnos un inequívoco aviso: nadie está libre de los vaivenes del mercado en un mundo desregulado. Todas las bondades del liberalismo han sido puestas en cuarentena y, tras la histeria intervencionista del otoño, se espera a que la riada pase y se nos permita escrutar los daños. Casi todos dan por sentado que hará falta todo 2009 para reponer el mobiliario dañado y hacer una poliza de seguro global más fiable.

¿Ha servido este año entonces para crear un mundo más solidario? Si atendemos a fenómenos como la política china en Tíbet; los constantes flujos migratorios y el crecimiento del número de refugiados en diferentes puntos del planeta; la intervención rusa en Georgia; el recrudecimiento del conflicto larvado en Congo; la división en el seno de la UE a la hora de afrontar reformas estructurales; o el alarmante encarecimiento de productos de primera necesidad, como los cereales, en buena parte de los países subdesarrollados, resultaría muy audaz contestar afirmativamente.

¿Y más seguro? Pese a que las libertades civiles están siendo constantemente restringidas, incluso en el llamado Primer Mundo -en buena parte gracias a los buenos servicios que ofrecen a las agencias de inteligencia y a las grandes corporaciones, las nuevas tecnologías-, no puede decirse que el ciudadano de a pie camine por la vida con despreocupación. El miedo sigue demostrando ser un negocio muy lucrativo, y pese a la proliferación de cámaras, escáneres, muros y fronteras, el terrorismo internacional sigue campando a sus anchas y golpeando severamente a países como India (como se demostró en noviembre pasado), Afganistán, Pakistán o Iraq. La guerra contra el terror liberada por el nefasto presidente, hijo de nefasto presidente, George W. Bush, ha vuelto a demostrar su ineficacia. Un zapato rozando la sien del tejano inmortalizará para siempre la sangrienta, cínica y escabrosa burla que supuso su mandato para la humanidad.

¿No ha servido entonces el 2008 para construir un mundo mejor? Difícil aceptarlo. Políticamente, el planeta parece aún más inestable. Con la salvedad de los Balcanes, donde la independencia de Kosovo finalmente no ha venido acompañada del temido derramamiento de sangre, otras regiones no han corrido la misma suerte. Y por si no fueran pocas nuestras cuitas, el final del año ha visto encenderse de nuevo el polvorín en Tierra Santa. Una vez más, la bravuconería de Hamas ha sido la excusa para que se desate la furia del Dios vengador israelí. Socialmente, las mismas fuerzas contrapuestas chocan aquí y allá en cuestión de Derechos Humanos. Y no menos importante: el mundo ha desaprovechado una nueva oportunidad para afrontar el dramático deterioro de nuestro hábitat. Pasado el efecto Al Gore, queda la realidad de nuestra sistemática devastación.

Así las cosas, ¿podemos aún ser optimistas para el futuro? Difícil acertar con el pronóstico. Desde luego, trabajo no le va a faltar a la gran esperanza negra del milenio, Barack Obama, al que se le agota el contrato como encantador de serpientes. Su reto a partir del 20 de enero no será menor: intentar cambiar el mundo. Y a ser posible, para mejor.

Y quién no podría desearlo. A quién no le gustaría quedarse de este 2008 con la imagen de Ingrid Betancourt portando un mensaje de esperanza a uno de los países más castigados de Latinoamérica. Sólo que, no sabemos cómo, al final los monstruos se terminan colando en nuestros sueños. Vienen de Amstetten, o se apellidan Madoff, o esperan volver a reencarnarse al cambiar de almanaque.

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