martes, 16 de diciembre de 2008

Wii zapatillas: el regalo de estas navidades

A un periodista iraquí no le gustó mucho –vaya usted a saber por qué- la presencia de George W. Bush en Irak para “despedirse” del país. Así, en un gesto de desprecio mayúsculo le arrojó los zapatos a la cara.

Gracias a su entrenamiento con “Wii Zapatilla”, Bush consiguió esquivar el envenenado regalo. ¿A qué esperas para pedirle a los Reyes tu pack?

Si lo haces antes de diez días, obtendrás de regalo los calcetines que llevó Esperanza Aguirre en la rueda de prensa posterior a su agitada visita a la India. Gracias a su elastiquillo pasado son ideales como pasamontañas.

[enviado por ladyhildegard; visto en polonio210.es]

Demostración:


sábado, 13 de diciembre de 2008

Opinar

Con más frecuencia de lo que uno quisiera, resulta complicado ponerse a opinar sobre las cosas que pasan a nuestro alrededor. Que vemos u oímos. Que, como testigos o protagonistas, vivimos. Esta amplia casa de millones de habitaciones, de sótanos llenos de cacharros olvidados o desconocidos, baños suntuosos o inmundos, y áticos con portentosas y también aterradoras vistas, puede llegar a oprimirnos. Creo que a esto lo llaman agorafobia. En esos momentos un simple vistazo a las noticias que nos llegan de ahí afuera nos nubla los sentidos y, aturdidos y sobrepasados, nos dejamos invadir, pese a las resistencias iniciales, por el dulce ensueño de la melancolía.

Porque, qué decir ante el abrumador clamor que nos llega del exterior. Cuando Atenas, cuna de nuestra civilización, es arrasada por una masa enardecida; cuando la India ha ardido y la tensión con su vecino Pakistán vuelve a crecer; cuando en Irak y Afganistán la gente sigue saltando en pedazos sin que nadie pueda explicarnos por qué; cuando África continúa desangrándose a golpe de machete y virus y América Latina ha dejado de ser la eterna promesa para convertirse en vieja ilusión; cuando un cuarto mundo de desheredados se ha instalado de por vida en el primero, qué decir. A cuento de qué se atreve uno a elevar la voz entre el vocerío existente. Para qué.
Si Jean Paul Sartre -y era Sartre- llegó a encontrar carente de todo significado escribir La náusea mientras un niño moría de hambre en el mundo; si Adorno -y era Adorno- decretó la inutilidad y el absurdo de la poesía después de Auschwitz; si Kafka -y era Kafka, demonios- nos mostró antes que ellos los contornos del Abismo, su sin salida; por qué cede uno a la vanidad de salir a escena, por reducido que sea el auditorio, y se permite el lujo de dejar por escrito sus impresiones sobre lo que pasa, a qué dejar este rastro apenas perceptible a través de una tierra mil veces arada.

Para aportar qué. ¿Una opinión? ¿De qué habría de servir nuestra indignación o, valga la presunción, nuestro preclaro análisis cuando ya sabemos que todos creemos tener razón?

Cuentan que Paul Váléry en cierta ocasión sondeó a Einstein en estos o parecidos términos: “Cuando tiene una idea original, ¿qué hace?, ¿la anota en un cuaderno o en una hoja suelta? A lo que Einstein respondió: “Cuando tengo una idea original, no se me olvida”. Decía que en toda su vida habría tenido una o dos. Y era Einstein.

Lo que me lleva a pensar que quizá fuera mucho más pertinente recogerse. Reconcentrarse. Mirar hacia adentro. En el sentido de más hondo. No me refiero a limitarse a buscar dentro de uno, pues puede que nos lleváramos la sorpresa de que allí no hay nada. Sino, dejar que las cosas vayan creciendo, definiéndose, cuajando. Primero vivir, después filosofar.

Sólo que..., ¿no será quizá mañana demasiado tarde? La vida suele ser tan inoportuna... Y quién le dice a nadie que lo que ayer pensó (y escribió) en un rapto de ardor juvenil no fuese más acertado que lo que hoy considera como inamovible verdad. ¿No fue entonces para uno igualmente cierto?

Al fin y al cabo, puede que no tengamos nada demasiado interesante que decir, pero nos construimos escribiendo, conversando con ese otro real o imaginario. Aunque sea de cosas en apariencia lejanas y ajenas. Aunque sea para terminar siendo como los demás. Sí, puede que por eso lo hagamos. No para enseñar nada, ni convencer a nadie, ni siquiera para transformar el mundo. Sino para alimentar nuestros fantasmas en la ilusión de que un buen día se sacien y nos dejen tranquilos. Y nos volvamos impasibles. Y quién sabe si felices.

Sabios.

martes, 9 de diciembre de 2008

Esquilmar España

Mercadona. 20.30 h. de un viernes, víspera del Día de la Constitución. La gente que acaba de salir de sus trabajos agota los últimos minutos antes del toque de queda. Hasta el domingo, los comercios permanecerán cerrados. 36 horas, nada menos, sin poder consumir. Largas colas en las cajas, pasillos atestados de gente, tráfico denso de carritos. De repente, gritos, pasos acelerados, revuelo junto a una de las salidas laterales del establecimiento. Algunos dependientes uniformados del centro acuden para saber qué pasa. Los clientes se miran pasmados sin entender nada, al tiempo que siguen con la vista a una mujer de mediana edad, bajita, con gafas, pelo corto, ropa oscura, discreta, una mujer en sí perfectamente normal hasta decir basta, de ese tipo de personas cuyas facciones y figura podemos olvidar inmediatamente incluso aunque las acabáramos de ver, esa mujer, digo se mueve nerviosa de un lado para otro. Nerviosa no es la palabra. Está indignada. A un paso mismo del ‘atacamiento’. Apunta hacia la salida lateral, que conduce hacia una escalera que desciende a su vez hasta el aparcamiento, farfullando algo cada vez en tono más alto. Conforme sube la voz, sus palabras se hacen más inteligibles. Por lo que parece, acaban de robar. “Vienen aquí…, a comer y a beber sin trabajar…” Acude junto a un carrito que está al pie de una de las cajas y debajo de una bolsa de verduras o algo así, descubre una botella de whisky. “Ellos a robar…y mientras los españoles, trabajando”.

Zas.

La mujer insignificante resulta que es una racista de tomo y lomo. Quién lo hubiera dicho. Pero, sorprende el modo en el que defiende los intereses españoles frente a las invasiones bárbaras. Pero, no. Claro, es que esa mujer no es una clienta más que aguardaba en cola y ha descubierto al dipsómano ladrón inmigrante. Es una encargada del supermercado. Diremos más, parece LA encargada. Lo muestran el modo autoritario y aleccionador con el que se mueve y la reacción que adoptan el resto de compañeros, quienes se dirigen a ella entre abrumados y serviciales, manteniendo ese difícil equilibrio de quien sabe que debe mantener la jerarquía ante la persona –a la que probablemente desprecia- que ocupa el que podría ser su puesto, la cumbre de la pirámide de un trabajo enervante y mal pagado que te obliga a trabajar un domingo por la mañana y a hacer como que persigues a un tipo o tipa que quería camuflar una botella porque no podía permitirse pagarla.

Poco a poco la escena se dispersa. Todo vuelve a la normalidad, aunque pesa en el ambiente una espesa capa, un olor como a putrefacción. Hay yogures rociados por la escalera, últimos vestigios de la improvisada huida, restos de un naufragio tan poco novelesco como en sí mismo desolador. Del terrible criminal ‘no español’ –pues como bien apunta la sabia encargada nosotros trabajamos y seríamos incapaces de robar una botella de whisky y mucho menos en un supermercado 100% español, como es Mercadona (que otra cosa sería en el Eroski de los vascos esos de los cojones), del maleante digo, nada más se sabe. Se ha ido como una sombra dispuesto a hundirse de nuevo en su mundo de sombras. Sólo queda flotando en el aire su fechoría y la justa recriminación en el ágora hacendadística por parte de la Encargada ante un coro de clientes pasmados.

Quedan lógicamente muchas preguntas sin respuesta. ¿Habrá sido un acaloramiento pasajero o es que la mujer es así? ¿Considerará a todos los extranjeros igual de extranjeros, quiero decir, hay inmigrantes más ladrones que otros o son todos iguales? Lo digo, porque este Mercadona está enclavado en una zona muy turística del sur de España en la que viven (y compran) muchos ciudadanos alemanes, ingleses, belgas…, pero donde también de un tiempo a esta parte ha recalado (y ha comprado) una importante población de origen sudamericano, magrebí, rumano o subsahariano. Falta también por responder si cuando dice que los de aquí trabajamos, incluye a los más de dos millones de españoles de toda la vida que están en el paro ahora mismo o da por sentado de que éstos por muy desempleados que estuvieran jamás robarían, pues son más de pedir.

Sin desvelar estos enigmas, podríamos llegar a pensar, fíjense lo que les digo, que en España hay racismo. Sí, sé que resulta difícil de aceptar a la primera. Pero, es más, podríamos llegar a la conclusión de que ese racismo no es nuevo, que estaba larvado en nuestra sociedad y se ha empezado a quitar la máscara, saliendo a pecho descubierto (y a voz en grito) ahora que la crisis económica ha dejado en la cuneta a muchos inmigrantes. Mientras los políticos insistían en que éstos traían riqueza, y que incluso eran protagonistas de nuestro despegue económico, había que ponerse un punto en la boca, o dejar esos comentarios poco decorosos para el ámbito estrictamente privado.

Pero ya no es necesario. Ahora urge que se vayan y dejen de esquilmar España, coño. Que nosotros siempre hemos sido un país de currantes, pobres pero honrados. Y si no los necesitamos para matarnos a palos como hermanos la mayor parte de nuestra historia, ni para mantener una dictadura durante cuarenta años, ni siquiera para emigrar a millones durante el pasado siglo, menos ahora para que vengan a robarnos nuestro mejor whisky escocés.

Al salir, la encargada ocupa una caja en el otro extremo del recinto. Está irreconocible. Se podría llegar incluso a pensar, recordando su celo reciente, que en realidad no es una simple subalterna de súper, sino que es la heredera del imperio Mercadona, que como la hija del dueño de Inditex, está ahí de incógnito para conocer a fondo y en carne propia el oficio de vendedor de yogures. Luce su mejor sonrisa mientras unos niños encantadores ayudan a sus papis a guardar la compra. Que no haya miseria. Bolsas a gogó, que no queremos hacerle perder el tiempo a esos nuestros clientes honrados a la hora de pedirnos alguna bolsa más, por favor. Ni que decir tiene que los niños son blancos como un pan de pueblo. De tan blancos casi podrían ser extranjeros. Uy, no, que esos solo vienen a robarnos mientras los españoles abrimos supermercados y creamos puestos de encargada para mantenerlos a todos a raya.

Con gente así, podemos dormir más tranquilos. Ahora ya podemos celebrar en paz y armonía nuestros treinta años de Constitución.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Zoquetes



Quién dijo que la televisión no podía ser educativa. Gracias al programa ‘CQC’ que emite La Sexta, muchos espectadores -algunos incluso votamos- pudimos conocer de primera mano hasta qué punto es ignorante la clase política española.

Verbigracia: Trillo, ex ministro de Defensa y conquistador de Perejil y Soraya Sáez de Santamaría, figura emergente del nuevo PP de Rajoy, no saben ni en qué continente está Lesotho; Leire Pajín, actual número 3 del PSOE, desconoce quién es el presidente de Rusia; Gaspar Llamazares, número 1 de la IU del siglo XXI -así les ha ido- no ha escuchado hablar de Joe Biden, vicepresidente electo de Estados Unidos; Elena Espinosa, ministra de Medio Ambiente, José Antonio Alonso, ex ministro del Interior y portavoz del PSOE en el congreso y Esteban González Pons, responsable de comunicación del PP, no tienen ni idea de en cuánto está el salario mínimo, y otro diputado del PSOE, de cuyo nombre no puedo acordarme -aunque mando recuerdos a toda su familia- asegura que asciende a 800€ gracias, claro, a la buena gestión socialista.

Hasta ahora, algunos pensaban que esto era cosa de sociedades analfabetas como la estadounidense. Qué gracia nos hacían sus estudiantes pensando que España se encontraba al sur del Río Grande, o su Sarah Palin confundiendo África con un país. Para partirse. Ahora, ya nos ha quedado claro que zoquetes los hay en todas partes, pero que los nuestros son de campeonato.

Nuestra clase política representa el fracaso de toda la sociedad en su conjunto y de los planes educativos de este país desde que Franco era alférez. Aquí no vale echarle la culpa a ningún gobierno concreto, ni a la LOU, la LODE, la LOGSE, la LOCE o LAMADREQUELOSPARIOATÓS. Nuestros políticos nos devuelven nuestra propia imagen. Y ésta tira para atrás, como la que vemos en el espejo a la mañana siguiente de haber cogido una cogorza de anís seco (y sé de lo que hablo).

Nuestra mentalidad de nuevos ricos no puede ser por más tiempo disfrazada. Nos creíamos los reyes del mambo porque después de haber dejado atrás una dictadura de cuarenta años -sin pensar nunca cómo demonios pudimos mantener un régimen autoritario en Europa occidental durante décadas sin que se nos cayera literalmente la cara al suelo de vergüenza-, y tras haber chupado de la teta de la UE hasta dejarla exhausta, nos habíamos convertido en una “potencia mundial”. ¿Acaso fue gracias a nuestra sólida cultura científica y humanista? No, qué va. Fue a causa del turismo, primero, y después de un boom inmobiliario de proporciones bíblicas que nos ha hecho mundialmente célebres y nos ha situado en la zona alta de las listas de deterioro medioambiental.

Ahora, esta España campeona de la libertad, faro de Occidente, perla del Oriente -como Al Qaeda no se cansa de repetir- que surgió de la nada, “ha alcanzado las más altas cotas de la miseria”, que dijera el otro. Y todo, opinan sesudos analistas, por contar con tres millones de parados. Como si tener sólo dos millones en los mejores e idílicos tiempos -esto es, el año pasado- fuese la jodida Utopía de Moro, la Ciudad del Sol de Campanella y la República de Platón, todo en uno, pero corregido y aumentado.

No, el problema no es que España fuese un gigante con pies de barro. Es que nunca hemos sido tan grandes. Sólo nos hemos crecido porque no podíamos haber salido desde más abajo y hemos olvidado que un país que ha sido incapaz de revisar su historia reciente con dignidad; en el que no se ha consumado la separación real entre Iglesia y Estado; y en el que el terrorismo etno-izquierdista de ETA sigue resultando decisivo en el tablero político, no puede ir pavoneándose por ahí dándose aires de inflada grandeza.

Aunque, no sé de qué me quejo. Para qué queremos politicos formados si podemos ganar la Davis.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Premios raros y sexo malo

También en el mundillo literario, existen premios para casi todo. Y si hablamos del Reino unido, todavía más. Tres décadas lleva otorgando la editorial The Bookseller el Premio Diagram al título más raro. “Los problemas del queso, resueltos”, “Cómo escribir un libro sobre cómo escribir un libro” o “¿Son humanas las mujeres?” son algunos de los títulos que han merecido la consideración del jurado (y de Quim Monzó en un artículo reciente).

Hace apenas unos días se entregaba otro de esos premios raros, y en este caso, según el humor del autor, hasta ofensivos. Todo aquel que ha intentando recrear una escena de sexo por escrito puede comprender hasta qué punto resulta complicado, como mínimo, salir bien librado del empeño. No caer en la grosería –al menos que premeditadamente lo pretendamos- o la ñoñería, tara igualmente censurable; no aburrir por previsible, ni tampoco darlo todo por sabido; procurar no pecar de redundante ni desperdiciar, por otro lado, la posibilidad de excitar los sentidos... En esto como en todo lo que tiene que ver con la actividad artística, no existen recetas mágicas. Cada escena debe adecuarse al contexto general de la trama y al estilo de la obra, pero lo que está claro es que, más todavía que en otro tipo de recreaciones de la realidad, puede que por ser expresión de algunas de nuestras pasiones más profundas y/o secretas, los “errores” a la hora de describir el sexo en un libro suelen resultar bastante perceptibles.

Precisamente, desde 1993 la revista británica Literary Review viene entregando el ‘Bad Sex in Fiction Literary Award’ a la peor escena sexual descrita en un libro publicado durante el año. Por si a alguien le cabe alguna duda, el jurado no entra a valorar el tipo de relación que se establece, la orientación sexual de los protagonistas ni las filias o fobias que puedan entrar en juego. Llamar la atención sobre “el uso crudo, de mal gusto y, en ocasiones, superficial de pasajes redundantes de descripción sexual en la novela moderna”, es el objetivo principal –y puramente literario- de los creadores de un distintivo que premia la capacidad de algunos escritores contemporáneos de convertir una escena de sexo en lo contrario de lo que el autor se prepucio, digo, se propuso.

El premio, que el año pasado recayó póstumamente en el norteamericano Norman Mailer, ha recaído en esta edición en Rachel Johnson por su libro Shire Hell.

El jurado ha valorado en la autora, de manera general, las incongruentes metáforas sacadas del mundo animal que usa para describir actos sexuales (lenguas que se asemejan a gatitos bebiendo leche; polillas atrapadas en faroles... cada cual que eche a volar su imaginación) y de forma concreta el que la narradora, algo sin duda bastante desasosegante, se refiera al pene de su amante como a una tercera persona.

Como muestra, este botón recogido en Papel en blanco: “Casi gritando tras cinco minutos agónicamente placenteros, lo agarro para meterlo, mientras golpea furiosamente contra nuestros dos vientres, dentro, pero él sujeta mis dos brazos y mete su lengua en mi núcleo, como un gato bebiendo de una escudilla de nata para no perder ni una gota. Me encuentro agarrándole de las orejas y tirando de los bucles que lo coronan, a pesar mío, y extraños sonidos animales se me escapan mientras que el culminante crescendo wagneriano se apodera de mí.” Crescendo wagneriano... en fin.

Al menos, lejos de habérselo tomado mal, Johnson recogió ante cuatrocientos invitados la escultura de yeso vagamente fálica que la acredita como vencedora de este año. Para la escritora, que es de las que piensan que mas vale que hablen mal de tu libro a que pasen directamente de él, supone “un honor absoluto” ganar, y formar parte de una nómina en la que se inscriben ilustres como, además del citado Mailer, Sebastian Faulks o Tom Wolfe.

El propio John Updike, cuatro veces nominado al premio, ha recibido una mención de honor por una escena de sexo oral sobrespermatizada incluida en su reciente Las viudas de Eastwick. Pero, a pesar de la cara de guasón con la que sale en la foto de arriba, a éste me da que la broma le ha hecho bastante menos gracia. Será porque es uno de los escritores a los que, según alude Johnson -que escribirá mal de sexo pero no anda corta de ironía-, este tipo de "reconocimientos" les indignan porque tienen "un prestigio que cuidar".

Podríamos terminar preguntándonos si este tipo de premios sirven para algo. Pero, como éste sería un fin previsible, mejor vamos a finalizar , en homenaje a la metáfora que, aunque fallida en los casos mencionados, ha sido la protagonista de este post, recordando un proverbio japonés dedicado al gato de Dragó (cuya memoria ha mancillado nuestro amigo Pérez de Albéniz). Dice así: "Si no entras en la madriguera del tigre, no puedes coger sus cachorros". Abstenerse de buscar connotaciones sexuales, por favor.

lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Dónde estabas cuando...?



“¿Dónde estabas cuando oíste las noticias?
¿Dónde estarás la próxima vez?
Las noticias online de la BBC en tu móvil”.
[visto en chiquiworld]
 
Copyright 2009 Apocalípticos e integrados. Powered by Blogger Blogger Templates create by Deluxe Templates. WP by Masterplan