sábado, 8 de noviembre de 2008

¿Se puede?

En la parte superior de la que ha sido la web oficial de la candidatura demócrata en las pasadas elecciones -por supuesto, ya existe otra nueva mientras dura la transición-, podían leerse unas palabras entrecomilladas del presidente electo, Barack Hussein Obama que dicen: “Os estoy pidiendo que creáis. No ya en mi capacidad para impulsar un cambio real en Washington… Os estoy pidiendo que creáis en vosotros”.

La bella y conmovedora frase, perfecta en su composición, como casi todas las que profiere el todavía senador por Illinois, es profundamente inexacta. Porque, en realidad, el pueblo americano, y con él la mayor parte del resto del planeta, no ha creído en sí mismo. Ha creído en Obama. Impotente, frustrado, rabioso, perdido, el ciudadano que asiste una vez más al desmoronamiento de todo un sistema, se ha rendido a la utopía. El mundo ha dejado de creer en sí mismo, porque no es capaz de encontrar alternativas y ha decidido que sea Obama quien piense por todos nosotros.

Y quizá, en el momento actual, no sea la peor idea.

Nadie puede conocer a estas alturas qué supondrá el triunfo del demócrata. Sabemos que tiene todo a su favor para no ser recordado como el peor presidente de los EE.UU. George W. Bush ha puesto el listón en unos niveles inaccesibles. Podemos estar seguros también de que el cambio ha empezado incluso antes de que el próximo 20 de enero sea investido como presidente y nos embargue (no me cabe ninguna duda) con un discurso extraordinario. Porque, ¿nos parece aún poco cambio que, justo cuarenta años después de que Martin Luther King fuese asesinado por el color de su piel, cuatro décadas después de que los Estados Unidos ardieran a causa de los conflictos raciales y la lucha por los derechos civiles, un negro haya alcanzado la presidencia?
Y ese negro es Obama. Y, sólo por esto, ya tiene garantizado que la Historia lo elevará a la categoría de símbolo.

Pero, precisamente, porque todo lo que le rodea suena a epopeya, en razón de las gigantescas expectativas que se han depositado sobre su persona, cabe ser cautos, a menos que no queramos sufrir una tremenda decepción. Y es casi seguro que pese a que ya ha advertido de que el camino será largo y la cuesta empinada, muchos la sentirán.

Dentro de unos meses, la imagen que muchos han trazado del nuevo presidente se habrá evaporado. El dulce momento de pensar que un negro también puede, la retórica del cambio y la esperanza serán papel mojado. Y, todos, todos, empezando por sus simpatizantes, querrán ver los resultados.

Con esto no pretendo decir que Obama vaya a ser un mal presidente. Al contrario, he llegado a creer que posee cualidades más que suficientes para hacer que Estados Unidos recupere su liderazgo no sólo económico, sino también moral, en el mundo, contribuyendo decisivamente a dar respuestas a los grandes desafíos de su país y del planeta, empezando por los energéticos y medioambientales. Y lo pienso, porque dentro del lema “por el cambio”, Obama habla también de la necesidad de recuperar otra bandera, la de la unidad. Entre republicanos y demócratas, pero también entre ricos y pobres, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, negros y blancos, homosexuales y heterosexuales… Porque, como ya declarara -aludiendo además a la separación entre esclavistas y abolicionistas- Abraham Lincoln, “Una casa dividida contra sí misma no puede ponerse en pie”.

Hoy Obama es un nuevo Lincoln. Porque han creído. En él.

Bill Clinton intentó “renovar” América y fracasó. Esperemos que quien impidió que otro Clinton se instalase en la Avenida de Pensilvania, esta vez sí pueda.

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