jueves, 13 de noviembre de 2008

Profecías de ayer y hoy

Ahora resulta que Pérez Reverte es Nostradamus por haber escrito hace diez años que tarde o temprano nos íbamos a pegar un batacazo cuyas consecuencias terminaríamos asumiendo los ciudadanos corrientes mientras que los verdaderos responsables (banqueros, especuladores, agentes inmobiliarios…), se irían de rositas. Su artículo, “Los amos del mundo” está causando furor (ojalá lo hubiera hecho cuando lo escribió y nos habríamos evitado todos estos disgustos). Y soy el primero en sumarme al carro de los que piensan que es extraordinariamente lúcido. Pero se puede considerar profético aquello que se anticipa a lo venidero siendo esto imprevisible. Pero, cuando el fenómeno en cuestión no hace sino escenificar una eterna repetición de lo mismo, sólo podemos decir que más que adivino, quien así argumenta, a la par que inteligente, conoce la historia.

Y ahora que se aproxima el célebre cónclave que, convocado por Bush, pretende refundar el capitalismo –esto no se lo cree nadie- traigo a colación un pasaje que, aunque de una extraordinaria actualidad, fue elaborado antes incluso que el artículo del escritor de Alatriste, lo que nos revela cuán cansina puede llegar a ser la historia humana. Dejo para el final la solución sobre la autoría del mismo:

“…los que dictan las normas del intercambio de bienes humanos han fracasado por su propia obstinación y su propia incompetencia, y han reconocido su fracaso, y han dimitido. Las prácticas de cambistas sin escrúpulos se juzgan en el tribunal de la opinión pública, rechazadas por los corazones y la razón de los hombres.

Es cierto que lo han intentado. Pero sus esfuerzos se han forjado en el molde de una tradición desfasada. Ante la imposibilidad de afrontar los créditos, no han hecho más que recurrir a nuevos préstamos. Despojados del señuelo de las ganancias con el cual inducían a la gente a seguir su falso liderazgo, han recurrido a exhortaciones suplicando con lágrimas en los ojos que les fuera devuelta la confianza. Sólo conocen las reglas de una generación de egoístas. No tienen amplitud de miras, y cuando no hay amplitud de miras, la gente se arruina.

Sí, los cambistas han huido de sus tronos del templo de nuestra civilización. Ahora debemos restituir a ese templo las antiguas verdades. La medida de esa restitución radica en el grado en que apliquemos valores sociales, más nobles que los meros beneficios monetarios.
La felicidad no está en la mera posesión del dinero, está en el disfrute de los logros, en la emoción de los esfuerzos creativos. El estímulo moral del trabajo no debe ser olvidado en la loca búsqueda de beneficios fugaces. Estos días aciagos, amigos míos, compensarán nuestras desventuras si nos enseñan que nuestro verdadero destino no es que nos cuiden, sino cuidar de nosotros mismos, cuidar de nuestro prójimo.


Reconocer la falsedad de la abundancia material como patrón del éxito va de la mano con el abandono de la falsa creencia de la que los cargos públicos y las altas posiciones políticas se deben valorar sólo mediante los patrones de sus posiciones privilegiadas y sus beneficios personales. Y se tiene que poner fin a las conductas bancarias y comerciales que con demasiada frecuencia han hecho del deber sagrado una fechoría cruel y egoísta. No es de extrañar que la confianza languidezca, pues sólo puede prosperar con la honradez, el honor, la sacralidad de las obligaciones, la protección digna y el trabajo desinteresado. Sin esto es imposible vivir…”.


Este paisaje después de la batalla podría ser el que pintara Zapatero –suponiendo que en su gabinete hubiera gente con talento suficiente para discurrir de este modo- en la próxima reunión del G-20, o el propio Obama durante su investidura en enero próximo. Pero no, hay que remontarse hasta el 4 de marzo de 1933 para escucharlo en la voz de Franklin D. Roosevelt durante la toma de posesión de su cargo como presidente de los Estados Unidos. En aquel memorable discurso, el demócrata expuso los puntos fundamentales del ‘New Deal’ en tiempos de profunda recesión para la economía norteamericana tras el crack del ’29.

Entonces también liquidamos (y refundimos) el capitalismo.

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