viernes, 13 de junio de 2008

Mujer musulmana busca

La semilla del fundamentalismo arraiga en el fértil suelo de Europa. El económico nos aboca a que las políticas más liberales se alcen en el horizonte como el único maná capaz de darnos el sustento; el social nos lleva a tomar medidas -como en el caso de las adoptadas respecto a la inmigración- que suponen claros retrocesos morales respecto a nuestro antiguo modelo de referencia -al final, incluso la izquierda se arrepentirá de no haber aprobado el ‘neoliberal’ Tratado constitucional de la UE-; y en el plano religioso, tres siglos de descristianización no han conseguido levantar un muro de laicismo que oponer a credos que entran en clara contradicción con los principios inspiradores de la ilustrada Europa del bienestar.

Leo con creciente inquietud un reportaje publicado esta semana en el International Herald Tribune en el que se advierte del crecimiento de la demanda de certificados de virginidad entre las mujeres musulmanas. Cuarenta años después de la liberación sexual que atravesó el mundo occidental, y que encontró en mayo del 68 su más logrado símbolo en el continente, muchas jóvenes musulmanas europeas están dispuestas a pagar entre1.500 y 2.000 € por una himenoplastia.

“En mi cultura -dice una estudiante de 23 años de origen marroquí residente en Montepellier- no ser virgen es ser sucia”. Y añade a continuación: “Ahora mismo, la virginidad es más importante que mi vida”.

Lejos de lo que pudiera parecer en un primer momento, este regreso a las esencias, eso sí, tras haber transgredido sexualmente primero las convenciones del Islam, no obedece, en el caso de muchas mujeres, a un componente de fanatismo religioso -lo que explicaría el furor que genera entre muchas adineradas musulmanas de sobrísimo aspecto exterior la más sensual lencería fina-, sino al temor de no ser aceptadas por el marido o el padre. Ante la posibilidad de que su progenitor pudiera llevarla a un médico para certificar si todavía era virgen después de haber finalizado una relación de ocho años, una joven treintañera macedonia decidió pasar por el quirófano. “No tenía miedo de que me matara -afirma-, pero estaba segura de que me daría una paliza”.

Pero la sublimación de este hecho se produjo hace escasas semanas en una corte de la ciudad de Lille, al declarar un juez como nulo un matrimonio entre dos musulmanes franceses al descubrir el marido que su mujer le había mentido respecto a su virginidad. ¿Cómo evitar que muchas mujeres no pretendan ‘recuperar’ su virgo si quieren contraer matrimonio con un compañero en la fe? Desde luego, el fenómeno no puede considerarse aún como masivo –aunque está tan de actualidad que incluso en Italia se estrena esta semana una película, ‘Women´s Hearts’, que cuenta la historia de una mujer marroquí residente en el país trasalpino que emprende un viaje a Casablanca para operarse- y pese a las presiones existentes, la mujer musulmana ha presentado en los últimos tiempos, especialmente en Occidente, síntomas de apertura. Sin embargo, está por demostrar si esta tendencia es irreversible. Un ejemplo: el mismo cirujano que operó a la joven marroquí del inicio reconoce que tiene colegas en Estados Unidos cuyas pacientes les ofrecen a sus maridos su himeoplastia como regalo de San Valentín.

Alguien podrá pensar que en medio de la que está cayendo, este fenómeno resulta secundario, cuando no anecdótico. Yo comparto la opinión de Juan Pedro Quiñonero cuando afirma: “Hoy, la atormentada emacipación en curso de las mujeres musulmanas reinstala la sexualidad femenina en las fuentes bautismales de una revolución cultural cuyo triunfo o derrota quizá pueda afectar al destino mismo de las civilizaciones”.

[artículo recomendado por soitu]

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