viernes, 27 de junio de 2008

6 continentes, 6 viajes, 6 libros

Se puede viajar sin moverse del sitio, sólo atendidos por nuestra imaginación, como Kant recorrió todas las sendas del conocimiento, sin casi salir de su Königsberg natal. Si además, los tiempos no se muestran propicios y el bolsillo se ha quedado tiritando -y no precisamente a causa de las heladas-, puede no ser tan mala idea adentrarse en maravillosos territorios desde una tumbona, o desde una terraza, hurtándole una pizca de frescor al atardecer. Les propongo seis viajes a seis continentes maravillosos contados por seis viajeros escritores, o escritores viajeros. Una vuelta al mundo en 80 días y 80 noches. Y todo por algo más de 100 euros. Un viaje que arranca cómo no en la vieja Europa, o quizá sería mejor decir “la antigua”.

Pocos personajes han ejercido tanta influencia en la cultura occidental como el protagonista de La Odisea. Ulises no es un héroe al uso, un guerrero como Aquiles, Menelao o Áyax, con todos esos atributos físicos y accesorios, que les convierten en el primer antecedente de los modernos personajes de cómic. Ulises es, por encima de todo, un tipo con recursos. No quiere pasar a la historia, sino volver a casa, a Ítaca, donde Penélope -la que esperaba sentada en un banco de la estación en la canción de Serrat- lo espera tejiendo y destejiendo túnicas y sueños. Pero, si algo hace que el poema homérico pueda ser considerado como uno de los textos base de la civilización europea, es su superación del mito. Ulises, el astuto, es ya el hombre que quiere dominar a la naturaleza, que antepone su racionalidad al destino, o fatum -como cuando regresa ileso del Hades-, que está dispuesto a negociar con los propios dioses.

Este dominio de la naturaleza, semilla de lo que más de dos mil años después será la Ilustración, merecerá una revisión crítica por parte de la Escuela de Frankfurt, quien verá en el mito de Odiseo el inicio de todos nuestros males modernos y más concretamente de los horrores cometidos durante la II Guerra mundial. Pero, al margen de este tipo de lecturas, La Odisea es un libro apasionante, una novela de aventuras que se sitúa en la base de lo que un día se dará en llamar la cultura europea.

14 kilómetros separan el sur de España de África, el continente que casi con toda seguridad más fascinación ha despertado entre la moderna literatura viajera. Obligada resulta la lectura de Ébano, del desaparecido Ryszard Kapuscinski, junto a la danesa Karen Blixen, autora del legendario Memorias de África -que llevó con singular maestría Sydney Pollack a la gran pantalla-, una de las personas que mejor nos han trasladado la “experiencia” africana.

En los Ensayos completos, publicados por Losada, Blixen -más conocida como Isak Dinesen- nos ofrece el irregular relato de sus casi 20 años de residencia en el África negra. En este sentido, a pesar de la belleza de la descripción de los paisajes, no se trata de un libro propiamente de viajes, sino de un volumen que aglutina las reflexiones de una aristócrata blanca, dotada de un especial talento para la observación, que quedó prendada por un continente maltratado por la versión menos amable de la “civilización”.

Espontánea e irónica, liviana en ocasiones, otras veces profunda, Blixen nos cuenta al desnudo retazos de su vida en África. “Un gran mundo de poesía se me ha abierto y me ha metido en su seno, aquí, y lo he amado”, le confesó a su madre poco antes de tener que abandonar, enferma y arruinada, la granja de café que regentaba en Kenia, y trasladarse a Europa. Tenía 46 años. Y estaba a punto de convertirse en una escritora muy popular.

Condensar en algo más de cuatrocientas páginas, la esencia de Asia parece algo más que una quimera. Sin embargo, el londinense Colin Thubron, uno de los grandes escritores viajeros de la actualidad, ha aceptado el reto y ha seguido las huellas de los grandes aventureros que le han precedido a través de un viaje a lo largo de la mayor ruta terrestre del mundo. El resultado de recorrer en autocar, coche, carro o camello más de once mil kilómetros tiene por título La sombra de la ruta de la seda (Península), un fantástico libro que nos lleva en sentido inverso al habitual desde China a las montañas del Asia Central, pasando por Afganistán, las llanuras de Irán y el Kurdistán turco.

El propio título nos parece una invitación a entrar en un mundo exótico, en un verdadero territorio de leyenda capaz de retrotraernos a un pasado remoto en el que Occidente y Oriente estaban únicamente unidos a través de este estrecho cordón umbilical que fue la Ruta de la seda. Quien espere algo de todo esto, puede que se sienta defraudado. El título de Thubron no es un relato histórico sobre el pasado esplendor de una civilización milenaria, sino que arriesga a dibujar, sin menoscabo para su magnífica prosa, y haciendo acopio de declaraciones de los habitantes que va encontrando en su camino, la actualidad de un continente diverso y convulso.

El fanatismo religioso, la China de la Revolución Cultural, los nacionalismos y, en definitiva, la dificultad de encajar en el tablero político mundial las barreras étnicas, lingüísticas y religiosas permiten a este autor realizar una visión profunda y por momentos poética de buena parte del inabarcable territorio asiático. Pondrá a trabajar todos sus sentidos.

Australia suele venir asociada en nuestra mente a grandes territorios casi vírgenes, en los que habita una población civilizada y próspera que rinde pleitesía a la reina de Inglaterra, un oasis de paz únicamente alterado por las ocasionales invasiones de conejos. Australia es ese vasto continente con el que sueña el personaje de Javier Bardem en Los lunes del sol mientras observa una mancha de humedad en el techo de su mísera pensión. Pero, los orígenes de este país no fueron precisamente idílicos.

Muchos conocíamos a Robert Hugues por su dedicación a la crítica de arte, actividad por la que es reconocido a nivel mundial gracias en parte a sus colaboraciones con la revista Time, pero, además de esta faceta, el australiano se ha distinguido también por su afición a la historia, que pone de manifiesto en el interesantísimo La costa fatídica (Galaxia Gutenberg) en la que se convierte en cronista del siniestro nacimiento de su país natal.

Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, Inglaterra, la gran potencia de ultramar, se dedicó a fletar un sinfín de barcos repletos de presidiarios rumbo a las remotas costas australianas, convirtiendo la isla en una inmensa cárcel, en la que habitaban miles de convictos. Este episodio histórico sirve a Hugues de excusa para escribir un libro de aventuras -en la línea de London o Stevenson- que analiza la conversión de este vasto escenario desértico y salvaje en una nación gobernada por el imperio de la ley.

Un libro, en definitiva, que cuenta también cómo los poderosos pretenden desembarazarse de los residuos que sus propias sociedades generan mandándolos lo más lejos posible, y de cómo, en alguna ocasión, de las alcantarillas de la barbarie puede emerger la civilización.

Hasta este mismo año había sido imposible enlazar por avión la Antártida. Eso sí, si no eres un científico que desarrollas un proyecto en la zona, no podrás conseguir un billete para recorrer los 3.400 kilómetros que separan Hobart, capital de Tasmania, de la estación de Casey. La Antártida, el sexto continente -o al menos eso es lo que nos decían en el libro de Sociedad del cole-, no parece el destino idóneo para unas vacaciones. Pero, es innegable la fascinación que ha despertado a lo largo de la edad contemporánea.

La conquista del Polo Sur fue la obsesión de un puñado de exploradores de comienzos del siglo XX, y en concreto del noruego Roald Amundsen y el británico Robert Scott, que culminaron en 1912 su trágica carrera para conquistar uno de los últimos parajes vírgenes del planeta. Las expediciones de estos dos hombres han cautivado a generaciones de lectores. De hecho, la obra de Apsley Cherry-Garrard titulada El peor viaje del mundo, publicada en 1922 es considerada por muchos como el mejor libro de viajes jamás escrito. Y esta misma aventura es la que recoge, mucho más recientemente, El último lugar de la Tierra (Península) de Roland Huntford, un libro que relata a través de una rigurosa investigación, las hazañas de estos viajeros suicidas que alcanzaron el Polo Sur con apenas un mes de diferencia, convirtiéndose en héroes de leyenda.

La obra rebosa humanidad. Relata, entre otras cosas, cómo Scott no quiso utilizar perros -a diferencia de su rival- en esta su segunda expedición, sino caballos, para no tener que sacrificar a los primeros.

El 12 de noviembre de 1912, se encontraron los cadáveres de Scott y otros dos miembros de la expedición dentro de una tienda de campaña. Su diario contenía un pasaje que se haría célebre: “me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removería el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, contarán la historia.”

Los diarios, los apuntes sueltos, los cuadernos de viaje han sido una fuente inapreciable para comprender la vida de los grandes hombres a lo largo de la historia. Si Scott fue uno de los héroes británicos del siglo XX, América Latina vio encarnarse a su particular Quijote en la figura de un guerrillero asmático, mártir o verdugo, que cabalgó a lomos de una motocicleta -la Poderosa II- para descubrir, con apenas 23 años, la “América mayúscula”. Hablamos de Ernesto Guevara, alias “el Che”.

“No es éste el relato de hazañas impresionantes” -apuntó en lo que años más tarde sería publicado como Notas de viaje este joven médico. Pero sin duda, fue un viaje iniciatico que dejaría una profunda huella en el ánimo de este lector empedernido, y cuyas impresiones no pueden ser atendidas hoy en día sino a la luz de los sucesos que terminaría protagonizando. “Todo lo trascendente de nuestra empresa se nos escapaba en ese momento -diría el Che más tarde-, sólo veíamos el polvo del camino y nosotros sobre la moto devorando kilómetros en la fuga hacia el norte”.

Estas aventuras juveniles de Guevara, acompañado de su amigo Alberto Granados -que serían llevadas magistralmente a la gran pantalla bajo el título Diarios de motocicleta-, están llenas humor y autoironía. Pero, junto a las descripciones, los encuentros, las experiencias -como la que vive en el leprosario- subyace el nacimiento de la conciencia del futuro revolucionario, algo evidente en “Acotación al margen”, página reveladora que trasciende la vivencia personal y que, con indudables ecos de las encendidas soflamas de Simón bolívar, es el reflejo de la sangrienta y trágica historia del continente americano: “Sabía que en el momento en que el gran espíritu rector dé el tajo enorme que divida toda la humanidad en sólo dos fracciones antagónicas, estaré con el pueblo, y sé porque lo veo impreso en la noche que yo, el ecléctico disector de doctrinas y psicoanalista de dogmas, aullando como poseído, asaltaré las barricadas o trincheras, teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos...”

Tal vez al errante Guevara, como al viajero en general se le podría aplicar la frase de Montaigne: “A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo, pero ignoro lo que busco”.

[artículo recomendado por soitu]

jueves, 26 de junio de 2008

¿Por qué va Urkullu con Rusia?

¿Es por no molestar a los suyos, porque lo piensa o por chinchar? La verdad, quién gane la Eurocopa quizás sea intrascendente con todo lo que tenemos encima, pero resulta muy significativo que en medio de la gran ilusión que sienten millones de españoles con su selección de fútbol, algunos dirigentes nacionalistas, como el presidente del PNV, se inclinen a favor del adversario de cara al partido de semifinales. Es comprensible que a Urkullu u otros no les entusiasme una victoria de España, incluso que se sientan incómodos ante la efervescencia patriótica del momento, pero desde luego no les costaría demasiado ponerse un punto en la boca y no meterse en berenjenales. Porque luego, son los otros los que provocan, los que no buscan puntos de encuentro, los que rechazan el diálogo, el respeto, la tolerancia...

Repito, lo de menos es el fútbol, hasta ahí llega la anécdota. Hablo de convivencia. ¿O es que ahora un vasco, por nacionalista que sea, va a tener más motivos (culturales, históricos, sociológicos...) para sentirse identificado con un ruso que con un español? Todavía en tiempos de la Unión Soviética, me lo hubiera esperado de un abertzale. Pero en pleno siglo XXI, del presidente del PNV...

La conversión futbolera de 'El intermedio' o el humor como desengrasante

ANTES


DURANTE


DESPUÉS

martes, 24 de junio de 2008

Series españolas buenas. ¿Una ficción?

Aunque pueda parecer lo contrario por ciertos comentarios poco favorables sobre el medio volcados en este blog, me gusta la televisión. No toda, obviamente, y tampoco de un modo compulsivo (las jornadas de 24 horas no alcanzan para tanto, qué más quisiera yo), pero reconozco que busco diariamente mi ración de tele y que, si no paso más tiempo delante de este aparato, no es porque lo juzgue una pérdida de tiempo (al contrario, sé que podría tirarme un día entero delante de la pantalla sin aburrirme en absoluto), sino precisamente, porque resulta incompatible su disfrute, por ejemplo, con la lectura de un buen libro. Y tengo tendencia hacia lo segundo.

Para cualquier persona con un mínimo de curiosidad por las cosas de la vida, la tele le puede proporcionar más material del que literalmente es capaz de digerir. Hasta la mala televisión –por su propia horripilancia- es capaz de mantenernos “enganchados”, siquiera unos minutos, como esos programas en los que un grupo de personas con pinta de actores malos –con el presupuesto que manejan las productoras hay que pensar que son reales- nos cuentan sus miserias, o como en esos otros espacios descubre-talentos (sic) en los que el pico de audiencia llega cuando un estrafalario personaje destroza una canción, pongamos por caso, de Mariah Carey.

En alguna ocasión creo que he confesado aquí mi debilidad por algunos programas de entretenimiento, tipo ‘El intermedio’ o ‘Buenafuente’ y, pese a su deriva sensacionalista, procuro ver al día entre dos y tres informativos, a ser posible, y por mera profilaxis mental, variando el canal que los emite. Durante una época, en realidad, desde mi niñez hasta hace relativamente poco, fui seguidor de teleseries, casi todas norteamericanas (del ‘Superagente 86’ a ‘Murphy Brown’ pasando por ‘Canción triste de Hill Street’,- que están incorporadas a mi bagaje emocional como hijo ya de la generación de la tele en color. Sí, yo también jugué a acertar la marca del anuncio con sólo ver y escuchar los primeros compases del mismo. Y era realmente bueno.

Y no crean, me ha costado desprenderme de este hábito. Corro el peligro de engancharme, y no estoy dispuesto a volver a pasarme tres meses suspirando por ver cómo sigue si serie favorita, mientras los de Fox y Cuatro se frotan las manos. Vale, con 'House' no he podido resistirme.

Ahora bien, donde no he picado casi nunca es con la ficción española. Algo tienen las series patrias que me repele. Su exceso de costumbrismo, la sobredosis de humor chabacano que utilizan, o el mimetismo barato que ejecutan de sus pares norteamericanas las sitúan muy por debajo de sus pretensiones. Pese a que las producciones españolas arrasan entre la audiencia, obligando a los nuevos canales –que venían acompañados de una nutrida incorporación de brillantes series estadounidenses-, a crear sus propios y patrios productos, la ficción nacional raramente –recuerdo ahora mismo como excepciones la magnífica ‘Los simuladores’, que Cuatro retiró por su escaso seguimiento, la meritoria 'Cuéntame' y la también exitosa, ‘Camera Café’- ha alcanzado los estándares de calidad mínimos deseables.

Incluso cuando cuentan con buenos actores, como ocurre con frecuencia, percibimos en estos la sensación de estar de paso; los guiones, tanto en la comedia como en el drama, tienden a ser previsibles, abundando en argumentos manidos, situaciones arquetípicas –generalmente copiadas de sus “hermanas” americanas- y chistes fáciles –véase para estos casos ‘Escenas de matrimonio’ o ‘Yo soy Bea’. Si a esto le sumamos cierta incapacidad para darse cuenta de las propias limitaciones, visible sobre todo en aquellas series de acción en las que una persecución, un accidente automovilístico o una explosión se cruzan por el camino, el resultado es bastante decepcionante.

Durante algún tiempo llegué a la conclusión de que esto tenía que ser así de por vida. Que era un rasgo de algo así como nuestro carácter nacional (“de ahí lo de españolada”). Después comprobé que si el cine español había sido capaz de producir en los últimos tiempos, aunque con cuentagotas, obras preñadas de talento –se me vienen a la cabeza pelis como ‘Tesis’, ‘Los sin nombre’, ‘En la ciudad sin límites’, ‘Los lunes al sol’ o ‘Smoking room’- con la televisión habría de pasar tres cuartos de lo mismo. Y quiero pensar que estamos en el camino y que el mismo talento que hace que existan programas inteligentes y reportajes brillantes firmados por profesionales españoles, necesariamente habrá de conducir a la ficción nacional a alcanzar cotas más altas de calidad. En este sentido, coincido con lo que señala El guionista hastiado en un momento de su excelente análisis sobre los factores que constituyen la particular seña de identidad de la mayoría de nuestras series. Cuando señala: “Quizá nos vendría bien intentar que los juicios de valor sobre nuestros productos hicieran hincapié también en los aspectos positivos y los aciertos que han sobrevivido a tantas dificultades y barreras, en vez de llenarnos las bocas de bilis hablando sólo de los errores, las cosas hechas con prisa y las meteduras de pata recurrentes.”

Es decir, apuntar en la buena dirección más que ensañarse con los consabidos y reiterados patinazos. Aunque, claro, como sabe muy bien Pérez de Albéniz, esto entretiene mucho menos, y es mucho más peor para la úlcera.

lunes, 23 de junio de 2008

Tus peticiones son más poderosas de lo que piensas

¿Cambiar la vida de una persona no es también cambiar el mundo? Impactante recreación publicitaria sobre cómo la actuación coordinada de la sociedad civil puede lograrlo.

viernes, 20 de junio de 2008

Sustituye al anterior

Cualquiera se equivoca al mandar un e-mail. Cosas de las prisas: cuanto más rápido es el mensaje, menos tiempo queremos utilizar en transmitirlo. Los gabinetes de prensa suelen caer con frecuencia en este tipo de lapsus, del tipo de “te adjunto nota de prensa sobre inauguración de centro de interpretación del rico bombón helado”, pero sin documento adjunto, claro. Habituales son las convocatorias en las que falta algún dato insustancial, la fecha o el lugar, por ejemplo; en las que al emisor se le ha olvidado poner el asunto; o contienen alguna errata, fruto de la presteza que exige la sociedad de la información y el desconocimiento.

A mí personalmente me encantan esos correos que empiezan advirtiendo “Sustituye al anterior”. Aquel en el que decía que Juan Ramos es un gilipollas no estaba dirigido a ti, Juan. Éste sobre planificación de la nueva campaña sustituye al anterior. Un saludo.

Pero hay lapsus especialmente reveladores, en los que el inconsciente le juega una mala pasada al convocante. Lo encuentro en el blog de Nacho Escolar y no tiene desperdicio.


De: Prensa SGAE
Fecha: 17 de junio de 2008 17:08
Asunto: EL SECTOR CULTURAL RECLAMA UN MAYOR ESFUERZO CONTRA LA CULTURA

(cuatro minutos después)

De: Prensa SGAE
Fecha: 17 de junio de 2008 17:12
Asunto: SUSTITUYE AL ANTERIOR: EL SECTOR CULTURAL RECLAMA UN MAYOR ESFUERZO CONTRA LA PIRATERÍA

Es lo que pasa cuando pretende hablar uno en nombre del sector cultural en vez de directamente desde el caspo-show-business ibérico.

Silencio. Se hunde

[Desde hace una década los habitantes de Kiribati tienen que asistir a escenas como ésta. Esta imagen de Greenpeace corresponde al año 2005]

Ya estoy aquíííííííí –dijo el cambio climático mientras clavaba su pupila en mi pupila azul. Ya estoy aquí y he venido para quedarme.

Seguro que recuerdan la recreación que los de Greenpeace hicieron de La Manga del Mar Menor a cincuenta años vista y de la airada reacción de los promotores de esta zona. ¡Es que con tanta alarma, tanta alarma, nadie va a querer comprarse un piso! ¡Que es agua, no ácido clorhídrico, pijo!

Pero lo que desde luego no es ciencia-ficción es la situación que están viviendo los 105.000 habitantes de Kiribati - un archipiélago de 33 atolones que flota entre Hawai y Australia –y cuya superficie total es similar al municipio de Madrid- mientras ven cómo el agua empieza a llegarles al cuello.

Según algunas previsiones, estas islas del Pacífico podrían convertirse en las primeras víctimas del calentamiento global del planeta, bueno, si dejamos aparte a los osos polares, los elefantes africanos y demás bichitos insignificantes que pueblan la película Tierra. Si nadie lo remedia, serán devoradas por el océano en menos de medio siglo.

Naciones Unidas ya advirtió en 1989 del funesto sino que le aguardaba a este paradisíaco conjunto de islas. Nadie les creyó. ¿Cuántos otros vaticinios apocalípticos se han quedado en nada de Malthus para acá? Pero en sólo diez años dos de sus islas –Tebua, y Abanuea, “la playa que más tiempo permanece” quedaron borradas del mapa. Menos trabajo para los cartógrafos.

Ante tal panorama el presidente de este pequeño Estado de Oceanía, Anote Tong, ha emprendido una gira internacional para encontrar una nación de adopción para sus compatriotas. Eso sí, corriendo una suerte bastante desigual. De hecho, sólo el Gobierno de Nueva Zelanda parece dispuesto a atender su grito de socorro con el fin de combatir los efectos del cambio climático –de hecho, han suscrito un acuerdo bilateral con el ejecutivo de Kiribati por el que dobla sus ayudas en los próximos cinco años-, mientras que chinos y australianos han preferido hacerse los suecos, lo que ha cabreado no poco al presidente de esta pequeña nación, quien se lamenta de que mientras son otros los culpables de la contaminación global, son ellos los que más pagan los daños del cambio climático. No le falta razón.

El éxodo no es la única opción para la población de Kiribati. Al parecer se podría evitar el hundimiento del archipiélago con la construcción de un dique de refuerzo en las Islas Gilbert. El inconveniente es que su construcción costaría más del doble del PIB del país.

De momento, la incertidumbre pesa sobre esta república prácticamente desconocida que empieza a asumir ya su papel de nueva Atlántida.

martes, 17 de junio de 2008

Fallo "público"

viernes, 13 de junio de 2008

Mujer musulmana busca

La semilla del fundamentalismo arraiga en el fértil suelo de Europa. El económico nos aboca a que las políticas más liberales se alcen en el horizonte como el único maná capaz de darnos el sustento; el social nos lleva a tomar medidas -como en el caso de las adoptadas respecto a la inmigración- que suponen claros retrocesos morales respecto a nuestro antiguo modelo de referencia -al final, incluso la izquierda se arrepentirá de no haber aprobado el ‘neoliberal’ Tratado constitucional de la UE-; y en el plano religioso, tres siglos de descristianización no han conseguido levantar un muro de laicismo que oponer a credos que entran en clara contradicción con los principios inspiradores de la ilustrada Europa del bienestar.

Leo con creciente inquietud un reportaje publicado esta semana en el International Herald Tribune en el que se advierte del crecimiento de la demanda de certificados de virginidad entre las mujeres musulmanas. Cuarenta años después de la liberación sexual que atravesó el mundo occidental, y que encontró en mayo del 68 su más logrado símbolo en el continente, muchas jóvenes musulmanas europeas están dispuestas a pagar entre1.500 y 2.000 € por una himenoplastia.

“En mi cultura -dice una estudiante de 23 años de origen marroquí residente en Montepellier- no ser virgen es ser sucia”. Y añade a continuación: “Ahora mismo, la virginidad es más importante que mi vida”.

Lejos de lo que pudiera parecer en un primer momento, este regreso a las esencias, eso sí, tras haber transgredido sexualmente primero las convenciones del Islam, no obedece, en el caso de muchas mujeres, a un componente de fanatismo religioso -lo que explicaría el furor que genera entre muchas adineradas musulmanas de sobrísimo aspecto exterior la más sensual lencería fina-, sino al temor de no ser aceptadas por el marido o el padre. Ante la posibilidad de que su progenitor pudiera llevarla a un médico para certificar si todavía era virgen después de haber finalizado una relación de ocho años, una joven treintañera macedonia decidió pasar por el quirófano. “No tenía miedo de que me matara -afirma-, pero estaba segura de que me daría una paliza”.

Pero la sublimación de este hecho se produjo hace escasas semanas en una corte de la ciudad de Lille, al declarar un juez como nulo un matrimonio entre dos musulmanes franceses al descubrir el marido que su mujer le había mentido respecto a su virginidad. ¿Cómo evitar que muchas mujeres no pretendan ‘recuperar’ su virgo si quieren contraer matrimonio con un compañero en la fe? Desde luego, el fenómeno no puede considerarse aún como masivo –aunque está tan de actualidad que incluso en Italia se estrena esta semana una película, ‘Women´s Hearts’, que cuenta la historia de una mujer marroquí residente en el país trasalpino que emprende un viaje a Casablanca para operarse- y pese a las presiones existentes, la mujer musulmana ha presentado en los últimos tiempos, especialmente en Occidente, síntomas de apertura. Sin embargo, está por demostrar si esta tendencia es irreversible. Un ejemplo: el mismo cirujano que operó a la joven marroquí del inicio reconoce que tiene colegas en Estados Unidos cuyas pacientes les ofrecen a sus maridos su himeoplastia como regalo de San Valentín.

Alguien podrá pensar que en medio de la que está cayendo, este fenómeno resulta secundario, cuando no anecdótico. Yo comparto la opinión de Juan Pedro Quiñonero cuando afirma: “Hoy, la atormentada emacipación en curso de las mujeres musulmanas reinstala la sexualidad femenina en las fuentes bautismales de una revolución cultural cuyo triunfo o derrota quizá pueda afectar al destino mismo de las civilizaciones”.

[artículo recomendado por soitu]

martes, 10 de junio de 2008

Publi verde: un compromiso con la imaginación


1) Gobierno Estatal de Australia Oeste. “Es tu elección”. Agencia Marketforce, Australia.

2) Greenpeace. Agencia Grey, Israel.

[visto en chiquiworld]

lunes, 9 de junio de 2008

Chafón

Reconozco que no he leído La sombra del viento, la famosísima obra de Carlos Ruiz Zafón. No es que me sienta orgulloso de esto. Simplemente, no lo he hecho. Como tampoco ha caído en mis manos Los pilares de la tierra, El Código Da Vinci o La catedral del mar. No me producen curiosidad, más bien pereza. Y no atribuyo mi falta de entusiasmo a un criterio aristocrático que prejuzga a los best-sellers por el mero hecho de serlos. En esta misma columna he hablado de libros que me han gustado muchísimo, al tiempo que se vendían por cientos de miles: La Carretera, de Cormac McCarthy, sin ir más lejos.

Pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que a Zafón, por mucho que me quede al margen de ciertos corrillos -qué se le va a hacer- no lo voy a leer. Ahora con más motivo. Y todo por una entrevista que le leí al popular escritor hace unos días en El País. El titular, que recogía una de las declaraciones del autor de El juego del ángel, su última novela (un millón de ejemplares vendidos en cinco semanas), esta vez sí, me atrajo totalmente. Decía: “Aquí [por España] la literatura es un gueto de mediocridad y pretensión”.

El título sólo era un aperitivo de lo que iba a venir después. Porque en la página y media de conversación con un hombre que se extraña de que haya quien lo considere “distante y arrogante”, vemos desplegarse en toda su grandeza al escritor español de moda. Un tipo, cuya obra puede ser buena o mala -no seré yo quien lo diga-, pero que desde luego no peca de inmodestia. Después de haber protagonizado el mayor lanzamiento que un escritor ha recibido en la historia del mercado del libro español, Zafón tiene el mérito indudable de afirmar que en esta novela ha nadado contracorriente y que, al recoger elementos del género fantástico y negro, ha tomado “la decisión menos comercial que podía tomar”. Que ha saltado sin red.

Su concepción de la literatura debe mucho a su faceta como creativo de publicidad y guionista, lo que de por sí no tiene nada de criticable, pero esto le lleva a asegurar que “los personajes deben definirse a través de sus acciones y sus palabras, no echando un rollo patatero en un párrafo inmenso”. Vamos que Hugo, Flaubert y Proust eran unos muermos insufribles. ¿Dónde está, pues, la calidad, aparte de en su propia obra? Pues en la televisión, “donde se da cita la gente profesional sin pretensiones ni pedantería ni pose [lo dice él, que parece sacado de un cuento de Poe], la que de verdad sabe construir personajes e historias, o sea, los que de verdad saben escribir”. Le falta decir que al lado de ‘Yo soy Bea’, Virginia Woolf es un bodrio. ¿Exagerado? Qué va. Para él, la tele actual, la de ‘Aída’ y ‘Los hombres de Paco’, es “equivalente a las cuadras de Shakespeare”.

La tele y sus libros son la excepción. Ya que, según Zafón, “En España vivimos en la burocratización, mediatización [no tiene precio] y mediocrización de la cultura”. Síntoma de esta situación es que la industria del libro debe modernizarse, como en Estados Unidos, donde reside y donde debe ver nuestra televisión por internet. Pero, gracias al diablo, en su caso, que hay cosas que van para mejor y, de este modo, por fin ha desaparecido la figura del “librero independiente pequeño muy esnob.” Ya saben, ése que vendía poesía, libros raros y traducciones de novelas de escritores del este. Cosas de mala calidad si las comparamos con una buena novela como las que sabe hacer el señor Zafón.

No le importará perder un lector.

domingo, 1 de junio de 2008

El efecto Losantos

Doctor, tengo un problema. Me gustaría odiar a Jiménez Losantos. Pero no puedo.Es más. De vez en cuando, incluso lo escucho. La verdad es que no sé cómo ha sucedido. Yo al principio le tenía una manía espantosa. Era oír su nombre y salirme sarpullidos. Cada vez que pasaban por televisión, en alguno de esos programas “regres” -¿ve lo que le digo?, ¡si hasta hablo como él!-, pues eso, cada vez que escuchaba en uno de esos canales que Zapatero montó -otra vez-, una de sus filípicas contra el Gobierno y el rojerío, se me descomponía el vientre.

Pero, entonces fui cayendo en la tentación. De la forma más tonta. Un día decidí escuchar su programa en la COPE -¿se puede creer que pese a considerarlo entonces como un cretino, un indeseable y un terrorista mediático-, más allá de esos fugaces cortes sonoros, todavía no había tenido la oportunidad de oír ‘Las mañanas?’ Pues eso, giré el dial hacia la izquierda, que a provocador no me ganaba nadie, y llegué hasta él, ¿o debería decir Él?

No recuerdo exactamente de lo que estaba hablando. Estaba, eso sí, despellejando a alguien, posiblemente a Gallardón. En aquel primer momento torcí el gesto y pensé que había sido un error probar. Con lo feliz que me hacía sentir oír cada mañana a gente que pensaba como yo entre las dosis justas de pluralidad, y ahora este tío me estaba poniendo de mala leche. Sin embargo, Federico, ajeno a mis tribulaciones, proseguía imperturbable con su sermón matinal. En vacío, con su sola y turolense voz trufada de erres arrastradas -agastragdas- marcando como si de un florete se tratara, los puntos débiles del enémigo.

No aguanté más de veinte minutos. Ahora bien, en todo ese tiempo sólo lo escuché a Él. Sin más apoyos que su verbo florido y su ingénita capacidad para machacar a su presa de cada día.

La experiencia no fue nada satisfactoria, incluso en algunos momentos me produjo fastidio y ganas de asesinar al panadero por haber vuelto a subirse a la rampa de entrada a mi casa. Todo lo que salía por su boca chocaba frontalmente contra mis principios y valores, era un atentado contra mi forma de entender la vida, la política, la sociedad. Pero algo me llevó a escucharlo de nuevo. Un impulso nacido de muy adentro. Fue a los dos o tres días. Y aguanté unos cuarenta minutos pese a que periódicamente me subían a la garganta unas irreprimibles arcadas. Pero a la semana era capaz de ir de unas señales horarias a las siguientes sin pestañear. Incluso de asentir puntualmente con la cabeza. Al cabo de quince días comencé a comprar El Mundo para leer su columna. Fue en ese momento cuando mi mujer advirtió que algo en mi interior estaba cambiando. Imagino que la gota que colmó el vaso fue cierto día en el que le leí uno de sus artículos en el periódico de Pedro J. La expresión de su rostro mientras le comentaba divertido los mejores pasajes me resulta inenarrable. Después, dijo algo que me conmocionó: “también a algunos alemanes les resultaron divertidas algunas de las primeras leyes contra los judíos”. A mí me pareció exagerado, pero creí conveniente visitarle.

¿Qué me dice? ¿Tengo remedio?
 
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