viernes, 28 de marzo de 2008

Marzo del 68

(Imagen: Jean-Claude Seine)

Cuando Mayo del 68, uno era tan joven que ni siquiera había nacido. De modo que no puedo decir que estuve allí haciendo barricadas en las calles, portando contestatarias pancartas, pintando en los escaparates poéticos lemas con sabor a utopía: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”...

La España de mi niñez es la de la última transición, la de González y la entrada de España en la OTAN; la Francia de mi niñez es la de Mitterrand. Los dos ya miraban con recelo al mayo francés. Ahora eran estadistas mundiales, hombres pragmáticos y realistas como la sociedad que estaban ayudando a construir.

Tal vez esto tenía que ser así, pero merece la pena echar la vista atrás para tratar de comprender qué supuso esta revolución frustrada, un movimiento que, por cierto, empezó a desencadenarse un par de meses antes. Puede que tres, coincidiendo con la publicación de ‘Cuando Francia se aburre’ título del artículo publicado en Le Monde el 14 de febrero por el veterano periodista Pierre Viensson-Ponté en el que denunciaba el hastío y la falta de acción de la juventud francesa de la época. Días más tarde, en concreto el 22 de marzo -como describe cualquier manual de Historia-, un grupo de intelectuales formado por artistas y, sobre todo, por universitarios -entre ellos el actual líder de Los Verdes europeos, Daniel Cohn Bendit- ocuparon el edificio principal de la Universidad de Nanterre, en París en protesta por el arresto de seis miembros del Comité Nacional de Vietnam. En las semanas siguientes, los estudiantes y los obreros parisinos inundaron las calles atravesados por una voraz ansia de cambio.
Pero, como la misma Primavera de Praga que vio ahogados los intentos aperturistas con la invasión de la URSS, el propio movimiento francés se diluyó casi con la misma rapidez con la que había nacido tras la celebración de elecciones anticipadas en las que la izquierda se dio un batacazo. A partir de ese momento Mayo del 68 se convirtió en objeto de museo para gloria de una izquierda que ni siquiera entonces supo canalizar los deseos radicales de cambio de parte de la sociedad francesa y europea, y de vergüenza para una derecha a la que tales efluvios revolucionarios siempre la han puesto, y no sin motivo, muy nerviosa.

Un ejemplo: el actual presidente francés, Nicholas Sarkozy ganó las últimas elecciones con un discurso en que apelaba a la “liquidación” del espíritu de mayo del 68. Toda una declaración de intenciones que evidenciaba que esa herida aún no ha suturado, que sigue siendo un símbolo que late desacompasadamente en el corazón de Francia.

Porque, aunque las condiciones históricas no son hoy las mismas que entonces, ¿no siguen existiendo las mismas desigualdades? ¿No es el Irak de hoy el Vietnam de ayer? ¿No son la explotación o la discriminación que padecen millones, males similares al colonialismo? ¿No es la política internacional de los grandes estados tan nociva para la estabilidad mundial como la política de bloques? ¿Y no siguen creciendo las desigualdades entre ricos y pobres?
Ésta es la fuerza del 68 francés. Del que se nutren mucha parte de los movimientos altermundistas. Su duda radical respecto a aquella máxima de Sartre: “¿De qué sirve un libro cuando un niño muere de hambre?

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