domingo, 21 de octubre de 2007

'El País' en la encrucijada


Antes de emprender la que han denominado desde el propio rotativo como la transformación más importante de su historia, el aún “diario independiente de la mañana” El País, ha protagonizado uno de los episodios más curiosos y significativos de su historia. Ejemplo de pluralidad para muchos, falta de coherencia para otros, el debate suscitado por el editorial ("Caudillo Guevara") que el periódico madrileño publicó con motivo del 40º aniversario de la muerte de Ernesto Guevara ‘el Che’, ha generado un verdadero torbellino de opiniones, de adhesiones y especialmente de duras críticas como no recordamos en mucho tiempo sucediera en el interior de un medio. Con la particularidad añadida de que todo cuanto ha sucitado la controversia ha sido hecho público en el marco de las páginas del propio periódico.

Para quien no haya seguido lo que ha pasado durante los últimos diez días, lo pongo en antecedentes.

El pasado 10 de octubre la sección de opinión de El País recogía un inclemente editorial dedicado a desmontar el mito sobre el que se sustenta la admiración del Che como símbolo heróico, elevado en algunos casos a la condición de mártir, para una tradición izquierdista o más ampliamente libertaria en todo el mundo. El inicio del artículo no dejaba lugar a dudas sobre la intención que animaba a sus autores: “El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregrar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pretendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible”.

El resto del artículo, de una redacción impecable, desarrollaba esta misma idea. Pero, a pesar de que nada de lo que recogía el texto atentaba en apariencia contra los grandes principios que han inspirado la existencia del diario durante más de treinta años (espíritu crítico, defensa de la democracia, justicia social, visión racional del mundo…), supuso inmediatamente una afrenta para muchos de los lectores de un diario que ha sido siempre un referente, el único sólido de momento, de la izquierda en nuestro país. En su intento de desmarcarse de cualquier apología de la violencia en nombre de ninguna supuesta causa, los responsables del periódico (al menos sus directivos) habían tocado de pleno, sin dobles lenguajes ni eufemismos de ningún tipo, al gran icono de la ideología que presuntamente representan.

Las reacciones no se hicieron esperar. Sólo un día más tarde, la sección de “Cartas de los lectores” del diario recoge encendidas críticas. “No hace falta haber sido guevarista o serlo hoy para considerar su nota editorial de ayer (..) un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso “autorizado por la policía y vedado por la lógica”, que decía Marx”, escribe un lector airado. No será ni mucho menos el único. Desde ciudadanos corrientes hasta políticos, pasando por intelectuales se suman, como accionados por un resorte, a la polémica. Por fin un tema capaz de sacarles del sopor de los debates escleorotizados de nuestro tiempo. Al fin y al cabo, el error o el acierto del editorial es haber quebrado el equilibrio comúnmente aceptado que nos permite saber cuál es el papel que interpreta cada uno. De qué pie cojea cada cuál y cuáles son los míos, y los otros (y sospechar del que no es de nadie).

Cuatro días después de su publicación, el contenido del editorial sobre el Che es el tema exclusivo que aborda José Miguel Larraya en su condición del “defensor del lector”. Larraya advierte desde el principio que se halla ante el asunto que ha generado “la mayor protesta de los lectores” que recuerda, y destaca dos sensaciones como las principales que quienes a él se han dirigido manifiestan. Una es la “indignación”. La otra, no menos importante, por cuanto es extensiva a la totalidad de los lectores del diario, es la “sorpresa”.
Llegar al “punto álgido de la perversión” o no quedarse corto” a la hora de escupir arrogancia”, son algunos de los bellos epítetos que le atribuyen al polémico editorial algunos lectores.

El mismo día 14, José Vidal-Beneyto, una de las referencias intelectuales del periódico, no pierde la ocasión de unir su voz al heterogéneo coro. Para este columnista el editorial además de simplista y sesgado, es un intento más de “acabar con el mito del Che Guevara a fuerza de insultos y de infundios”. Es más, sentencia: “reducir la complejidad de su persona y planteamientos al comportamiento de un terrorista, no es sólo una falsificación de la historia sino que, sobre todo, representa una total negación de cualquier hipótesis de transformación radical de la sociedad”, lo que a su juicio “es opuesto al propósito fundacional de El País”.

Vidal-Beneyto sería a su vez respondido en días sucesivos por otros lectores, que a su vez seguirán apuntando nuevos argumentos para defender o atacar lo dicho por los anteriores. Una vez que está la mecha prendida no faltan nuevas ramas con las que seguir alimentando el fuego. Es entonces, coincidiendo con el malestar creciente dentro de la redacción, cuando entra en juego un nuevo elemento. Hasta el momento las diferencias de fondo con el escrito tenían un carácter intensamente emocional, ahora quienes discrepan pueden aferrarse a hechos concretos no ya para sustentar su rechazo al editorial, sino para demostrar que éste es fruto del importante giro ideológico que se ha producido dentro del diario.

Aplicando aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores” muchos aprovechan para intentar sacarle los colores al adversario. De este modo, desde la izquierda mediática periódicos como el recién llegado Público y el canal de televisión La Sexta –pertenecientes a Mediapro, cuya “guerra” con el grupo Prisa es por todos conocida-, deciden tirar de hemeroteca y rescatar el editorial sobre el Che que El País publicó justo diez años antes. Y al hacerlo dieron en el centro de la diana. El brutal contraste entre los dos artículos es evidente desde la primera línea. Como si se tratase de editoriales de periódicos distintos, o versiones sobre un mismo hecho proferidas por los portavoces de distintos partidos: “El Che ya está en La Habana, donde su cadáver fue recibido por Fidel Castro, con honores de héroe nacional el domingo pasado. Treinta años después de la muerte de Ernesto Guevara -el guerrillero más emblemático y seductor de la revolución cubana-, en su recuerdo se unen la nostalgia del idealismo perdido y el filón comercial para quienes explotan su figura. Lo contrario de lo que él predicaba. A despecho del descrédito del comunismo en los últimos años, la figura revolucionaría del Che se mantiene como un símbolo del idealista coherente y del hombre de acción”.

El Che, lejos de representar una “puesta al día del caudillismo latinoamaricano”, como pinta el editorial “Caudillo Guevara” es “un ejemplo del guerrillero heroico a favor de la humanidad”; en vez de una “suerte de aventurero armado”, era “la denuncia más flagrante del imperalismo internacional por su explotación y miseria”; en lugar de ser comparado, como ahora, con “terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas”, representaba una “promesa de una ebullición que transformaría el mundo”. Aquí el Che es condenado sin paliativos; allí su desaparición es entrevista con cariño y melancolía, como “abstracta evocación de una lucha por un mundo mejor, más igualitario y más humano”.

El País ha apostado por Camus en contra de Sartre. Y todo en menos de media generación. Pero, parece que ni los propios suscribientes de la nueva versión del Che parecen conscientes de que las olas que su golpe había producido se iban a convertir en tremendas olas. Cuando los ecos de la polémica amagan con apagarse, en un gesto inédito en la prensa española las “bases” del periódico se rebelan. El comité de redacción de El País, amparado en sus estatutos, emite un comunicado breve pero rotundo con el que marca distancias respecto a la dirección.

“La Redacción de El País quiere mostrar su disconformidad con el editorial titulado “Caudillo Guevara”, publicado el pasado día 10 de octubre. Más de dos tercios de los redactores (250) consideran que el texto publicado no abordaba en su totalidad la figura de un personaje como el Che Guevara que, con sus luces y sus sombras, es lo suficientemente compleja para haberla tratado como si no hubiera una escala de grises.”

No me digan que todo esto no es alucinante. Cuando muchos de los lectores del periódico intentan salir de estado de pasmo y otros tantos piensan ya en cambiar de diario (¿tal vez al oportunista Público?), los gerifaltes del periódico salen escaldados. La mayoría actúa de conciencia moral del periódico y les recuerda a los jefes que ellos son también el periódico, uno de izquierdas, el vagamente idealista de sus treinta años. Me imagino el estupor de los directivos. ¡Quién demonios contrató al jefe de personal que nos llenó esto de rojos! Esta situación puede ser considerada disparatada, bochornosa o incluso patética –en su peor acepción-, pero es innegable que refleja la pluralidad de un medio capaz de dar salida a los distintos latidos que emite su redacción, del director al que repone la máquina del café.

Puede que peque de exagerado pero aún a riesgo de parecerlo creo que este capítulo de la historia de uno de los grandes referentes de la prensa española está llamado a convertirse en un hito que muy posiblemente pasarán a analizar los estudiantes de periodismo dentro y fuera de nuestras fronteras. Y además coincide con el profundo lavado de cara –sobre el fondo ya hemos descubierto que es una caja de sorpresas- que sólo dentro de unas horas lo rebautizará como “El primer periódico global en español”. ¿Quién dijo que la prensa escrita era aburrida?

No hay comentarios:

 
Copyright 2009 Apocalípticos e integrados. Powered by Blogger Blogger Templates create by Deluxe Templates. WP by Masterplan