martes, 30 de octubre de 2007

Póker de damas

Cuatro mujeres, cuatro, capaces de levantar pasiones inconfesables. Son cuatro de las protagonistas de esta semana y amenazan con seguir causando furor allí por donde vayan. Se trata de dos argentinas y dos francesas y a cada una de ellas les sobran razones para que se hable de ellas, aunque no siempre sea para bien. Nos referimos a Cristina Fernández, Juliette Binoche, Cecilia Sarkozy y María Teresa López González

La primera de las citadas acaba de convertirse en la primera mujer elegida presidenta de Argentina. Le ha sacado más de 20 puntos a su inmediata perseguidora, otra mujer, y aúna buena parte de las cualidades que están llevando a las de su sexo a encumbrarse incluso hasta las hace nada inaccesibles cumbres del poder: belleza, inteligencia, carisma, ambición… Muchos la acusan de representar más de lo mismo (no hay que olvidar que también ha protagonizado el primer relevo "hereditario" de una democracia occidental al sustituir a su marido al frente del poder), pero no son menos los que opinan que Kristina (con 'k' de Kirchner) tiene la suficiente personalidad como para marcar su propio sello.

De la musa de Kieslowski, Juliette Binoche, qué decir. Aparte de que es con pleno merecimiento una de las grandes del cine francés de todos los tiempos –su oscarizado papel en El paciente inglés ya le valdría por sí solo este honor-, se ha quitado cualquier complejo para a sus 43 espléndidos años salir desnuda en la edición francesa de Playboy. Nada que ver con esa pléyade de veinteañeras –si llegan- teñidas y recauchutadas. Belleza serena, cautivadora, aureolada por la impronta del talento. La entrevista que acompaña al reportaje está firmada por Antoine de Baecque, antiguo redactor jefe de la revista especializada ‘Cahiers du Cinéma’. De momento, el aperitivo de la portada, en la que vemos a una Binoche muy sugerente, no ha defraudado.

Otra que levanta pasiones, y nada menos que en El Elíseo, es su compatriota, Cecilia Sarkozy. La bisnieta del compositor Isaac Albeniz ha protagonizado la primera gran crisis del nuevo y flamante Gobierno republicano que dirige su ya exmarido. Su divorcio no sólo ha acaparado buena parte de las informaciones de la prensa francesa en las últimas semanas sino que ha transcedido fronteras como demuestra el iracundo desplante que el presidente galo le hizo a una periodista de la CBS cuando le sacó el tema en una entrevista. Y eso que todavía el anuncio de ruptura no era oficial.

La historia de “Fuensanta” no es menos apasionante. Aunque su verdadero nombre fuera María Teresa López González. Julio Romero de Torres la convirtió en icono de la belleza española –a pesar de que era argentina- al posar para él cuando tenía 16 años y su popularidad se extendió a partir de 1953, cuando fue seleccionada por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre para ilustrar los billetes de cien pesetas más célebres de nuestro país. Ahora, el cuadro de Romero de Torres -que estuvo perdido 30 años y que está valorado entre 600.000 y 800.000 euros-, pasa sus últimas horas en el Ritz madrileño -junto a cuadros de Sorrolla, Zuloaga y Rusiñol- hasta emprender su viaje a Londres, donde será subastado.

Todo un póker de damas, en definitiva, que representa a la mujer como objeto en la misma medida que como sujeto del deseo.

lunes, 29 de octubre de 2007

Al Gore, ¿héroe o villano?


El “ex futuro presidente de los Estados Unidos” se encuentra en el centro de unos de los debates más apasionantes de los últimos tiempos. Ídolo para muchos, bufón mediático para otros tantos, lo que está claro es que Al Gore no deja indiferente a nadie. Los reconocimientos internacionales no dejan de caerle. El óscar a la mejor película documental, primero, el Príncipe de Asturias, después, el Nobel de la Paz, lo último por el momento, lo convierten en uno de los grandes personajes de este inicio del siglo XXI, pero allí donde desde algunas posiciones se le reconoce su trabajo a favor de una causa justa, desde el otro extremo se le considera a Gore como un encantador de serpientes que sólo actúa en beneficio propio. Lejos estamos de saber todavía, a tan corta distancia, qué juicio le otorgará la Historia. Lo que está claro es que éste no será unitario. Basta leer la prensa o echar un vistazo a los múltiples foros que en Internet se ocupan de su figura para darse cuenta de que defensores y adversarios no le faltan a este tipo espaldas anchas y voz modulada que es, según quién lo mire, un salvador o un simple agorero. Tratamos de resumir los argumentos con que unos y otros se disputan la “verdad incómoda” que Gore representa.

Argumentos de la acusación

-Cuando era vicepresidente de los Estados Unidos no suscribió el tratado de Kioto. Además, promocionó guerras en diferentes puntos del globo (Sudán, Afganistán, Irak, Haití, Zaire, Liberia y las de la ex Yugoslavia) cuyos efectos sobre el Medioambiente (amén de la población) fueron desastrosos.
-Los presupuestos en los que basa su discurso son “alarmistas”, “apocalípticos” e incluso “acientíficos”. Tal es así que la justicia británica ha emitido una sentencia contra el vídeo de Al Gore, Una verdad incómoda, al considerar qie que dicho documental, está “sesgado políticamente” y exhibe un rigor científico más que cuestionable
-Su labor actual obedece únicamente al deseo de revancha al haber perdido las elecciones a la Casa Blanca en el año 2000, cuando no al deseo de construirse un trampolín con el que poder recalar, ahora sí, en el despacho oval.
- Gore defiende los agrocombustibles como la soja y maíz, y defiende que éstos sustituyan a los cultivos de papas, trigo y arroz, alimentos básicos de cientos de millones de pobres del planeta. Pues bien, estos monocultivos para biocombustible ya estarían causando desertificación de grandes superficies, destruyendo bosques, pastizales y tierra de cultivos tradicionales en Latinoamérica, Asia y África lo que además de acelerar el calentamiento global, está encareciendo los precios del pan, harina, hortalizas y otros alimentos.
- Su campaña alertando de los efectos del cambio climático le está reportando grandes beneficios económicos. Un ejemplo: en los últimos diez días ha pronunciado cuatro conferencias (Palma de Mallorca, Barcelona, Berlín, Viena) y por cada una de ellas ha cobrado unos 200.000 euros.
-Posee una mina de cinc en una cuenca en Tennessee que emitió 1,8 millones de kilos de vertidos tóxicos entre 1998 y 2003
-Vive en una lujosa mansión cuyo gasto en electricidad es veinte veces superior al de una vivienda norteamericana media.

Argumentos de la defensa

- Desde finales de los años 80’ es conocido por su defensa de la naturaleza. Es en esa época cuando, sus llamamientos a favor del medio ambiente le valieron el apodo de ‘Mr. Ozono’.
-En 1991 publica Earth in the Balance: Ecology and the Human Spirit, obra traducida a más de 30 idiomas y que se convirtió en un bestseller, con argumentos de corte similar a los que ahora divulga por todo el mundo.
-Como vicepresidente de Estados Unidos hizo gala de una especial sensibilidad hacia cuestiones medioambientales como demostró al intentar que su país suscribiera el Protocolo de Kioto.
-Su película Una verdad incómoda ha hecho más por dar a conocer los efectos de la acción humana sobre el clima que todos los informes de científicos juntos publicados en los últimos años. -Su mensaje reúne todos los requisitos científicos necesarios y coincide con el de los miembros del Panel Intergubernamental de Expertos de la ONU sobre Cambio Climático, con los que por cierto comparte el Premio Nobel.
-Lejos de moverse mero ánimo de lucro, los beneficios que su película y el libro que la complementa están generando van dirigidos a campañas educativas . Además, la cantidad del galardón otorgado por la Academia sueca que le corresponde será destinado a la ONG Alianza para la Protección del Cambio Climático.
-Gore no quiere acaparar su discurso de forma exclusiva sino que está formando una legión de colaboradores que harán llegar su mensaje a todos los rincones del mundo. Sólo en España ha reclutado a 200.

Unos y otros dan versiones tan opuestas que hay que pensar que algunos, o incluso los dos según de qué punto se trate, han de mentir forzosamente. El problema es que precisamente mientras los primeros intentan hacerlo pasar por un estafador, los segundos parece que más que admirar su labor intentan canonizarlo –pese a que los títulos de “profeta”, “eco-mesías” o “redentor” provengan de quienes, desde ámbitos ideológicamente conservadores, pretenden ridiculizarlo.
Ahora bien, si yo tuviera que emitir mi juicio sobre Gore, no podría más que terminar exculpándolo de sus presuntas faltas. Al fin y al cabo, no se trata de aumentar con nuestra lupa sus supuestos errores cuando era vicepresidente de Estados Unidos –aunque lo que está claro es que no se le puede achacar a él, sino al Senado de su país, la espantada norteamericana de Kioto-, ni de poner en solfa las conclusiones que la mayor parte de la comunidad científica comparte respecto al fenómeno del calentamiento global, sino de contemplar en su totalidad al personaje, ponderando las repercusiones que su actividad está generando en la toma de conciencia global sobre un problema capital de nuestro tiempo. Y desde esta perpectiva no nos sirve tratar de encasillarlo en la categoría de ángel o en la de demonio, algo que sólo resulta achacable a la politización que de su figura se está realizando (y en la que los think tank de un lado y otro están utilizando todas sus armas), sino de reconocer que Gore, con sus luces y sombras, nos caiga simpático o como una patada en el culo, le está haciendo un gran favor a un planeta que necesita no personas que lo salven, sino al menos que lo defiendan. Y al hacerlo nos defienda de nosotros mismos. ¿O cómo era aquello de que el hombre es un lobo…?

viernes, 26 de octubre de 2007

Recordando a Juan Antonio Cebrián

Hace unos días escribía "en caliente" en este mismo blog sobre la repentina muerte de Juan Antonio Cebrián. Cerca de una semana después no puedo decir que el dolor por la pérdida del Gran Maestre de la Orden del Murciélago haya menguado. Es más, nunca hubiera imaginado que la desaparición de una "celebridad", en el sentido de alguien externo a mi ámbito familiar, pudiera afectarme tanto.
Como en el post anterior me dejé demasiadas cosas en el tintero quiero incoporporar una experiencia personal en torno a Juan Antonio que cobra ahora un nuevo sentido. Ha salido publicada en forma de columna este mismo viernes en el semanario local en el que colaboro habitualmente y ha merecido la atención de un "rosaventero" que a primera hora de la mañana tenía la amabilidad de mandarme un e-mail para agradecerme el escrito. Gracias, Salva por tu solidaridad.
Llamada, claro, 'Fuerza y honor' decía así:

La única vez que me comuniqué con Juan Antonio Cebrián, el creador y el alma del programa radiofónico ‘La Rosa de los Vientos’ de Onda Cero, fue hace justamente un año. Recuerdo que ese domingo se celebraba la ceremonia de entrega de los premios Planeta 2006 y que ‘Cebri’ decidió conceder parte del primer tramo de ‘La Rosa’ a entrevistar a los escritores ganadores. Recuerdo que Mari Carmen y yo nos indignamos bastante y decidimos enviarle un correo electrónico en señal de protesta. Que si el programa era otra cosa, que a qué venía aquello, que si este premio no tiene nada que ver con la calidad, y que si en definitiva no se trataba de una simple maniobra publicitaria con la que empezar a promocionar un símbolo del grupo Planeta, propietario por cierto de Onda Cero.

La verdad es que nos quedamos tan a gusto, aunque a medida que iban pasando los minutos y el programa volvía a recobrar su pulso habitual nuestro sensación de enfado se fue tornando paulatinamente en arrepentimiento. Al fin y al cabo, quién no hace cesiones en su trabajo. ¿No era un pecadillo venial en comparación con lo que cada fin de semana Juan Antonio nos enseñaba?

Sobre las 3 y media de la madrugada el artífice de los célebres ‘Pasajes de la Historia’ leyó nuestro correo dentro de la sección de los oyentes. Cuántos otros no lo habrían pasado simplemente por alto con tal de no meterse en semejante jardín. Pero él prefirió contestar a dos oyentes cabreados (sus oyentes) y defenderse elegantemente. Sus argumentos no nos convencieron pero el mero hecho de darnos una explicación nos satisfizo de sobra sin que nuestra fidelidad por el programa mermara un ápice.

Con ese antecedente, este año esperaba con curiosidad que volviera a entregarse el Planeta. ¿Qué haría ahora Juan Antonio? Esta vez la ceremonia fue un lunes, de modo que no se presentó la ocasión. Aún así, aguardé hasta el sábado por si se producía cualquier alusión. Pero el sábado tampoco hubo disyuntiva posible y sí una desconcertante selección de música en el tiempo del programa. Sencillamente, Juan Antonio se había ido esa misma tarde. A los 41 años su corazón dejó de latir.

Durante toda la semana he pensado mucho en Cebrián. A veces en la compañía de otros cientos de admiradores que en foros, chats o programas de radio lo han recordado. Me he acordado de él cuando Rajoy gastaba la “bromita” de su primo -como la ha definido Esperanza Aguirre- y en lo que hubiera pensado de haberlos escuchado alguien que, antes de que Gore viniera a redimirnos, mucho antes de los coches ecológicos y de los sellos de calidad medioambiental, ya nos alertaba sobre el cambio climático desde los micrófonos de la radio.

He pensado en él cada vez que esta semana he oído hablar de la gira de Héroes del Silencio y se me venía a la cabeza la rendida admiración que él y sus colaboradores (las otras 3’C’) sentían por los maños y de la tabarra que nos han dado sobre su reencuentro en el último mes.

Y seguiré pensando en Juan Antonio cada vez que coma mejillones, que en el canal de Historia echen un reportaje sobre Amenophis IV. Cada vez que me acuerde de aquel maldito e-mail que hace un año le enviamos sabiendo que el que en verdad nos hubiera gustado escribirle ya no podrá leerlo.

(Publicado en El Avance, 26 de octubre de 2007)

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Por cierto, aprovecho para dejar aquí otro pequeño homenaje a Juan Antonio de entre los muchos que por todas partes están aflorando en la última semana. Es del "rosaventero" Néstor y, creedme si os digo, que pese a su sencillez, despide tal emotividad que cuesta trabajo verlo entero.

jueves, 25 de octubre de 2007

El fantasma de la xenofobia


Un fantasma recorre Europa. Se llama “xenofobia” y quien crea que está libre de él sólo tiene que esperar sentado a que la serpiente rompa el cascarón. Hace mucho que ya no se trata de casos aislados, como los de Le Pen en Francia, o Haider en Austria. La inmigración que de forma masiva está llegando al Viejo continente está conmoviendo los pilares que durante décadas han cimentado las naciones europeas -porque más que un caso europeo, nos hallamos ante fenómenos locales que en mayor o menor medida afectan a la totalidad de estados-, y su impacto sobre la sociedad resulta evidente en la aparición de un discurso político explícitamente xenófobo que está alcanzando notorio éxito en las consultas populares que de un extremo a otro de Europa se vienen efectuando en los últimos tiempos.

La última noticia en esta dirección tenía lugar el pasado fin de semana, al conseguir la Unión Democrática de Centro, partido de extrema derecha y discurso xenófobo dirigido por el multimillonario Christoph Blocher, la victoria en las elecciones parlamentarias en Suiza. El discurso xenófobo de la UDC ha sido clave para atraerse el voto de los partidos tradicionales del centro-derecha y sólo la particular composición del Consejo Federal, que desde 1959 está formado por siete miembros que se reparten los cuatro grupos con representación (PRD, PDC PC y UDC), evitará en principio que el impacto de este ascenso se materialice en políticas más “agresivas”, y por lo tanto contrarias a la ley anti-racismo en vigor.

El discurso de la UDC es paradigmático dentro de lo que hablamos. Valga un ejemplo: sólo dos días antes de celebrarse estos comicios, esta formación publicó en los principales diarios del país un anuncio a toda página en el que atribuía a minorías étnicas -como albaneses y africanos- una explosión de la criminalidad, sin duda el principal filón con el que esta clase de partidos suelen atraerse a sus votantes.

Suiza no es el único caso, pues a pesar de que muchos observadores han aplaudido la derrota de los hermanos Kaczinsky en las elecciones legislativas polacas –donde el triunfo ha correspondido al liberal Donald Tusk de la Plataforma Ciudadana-, no puede perderse de vista que el discurso antieuropeo, homófobo y xenófobo del hasta ahora primer ministro, Jaroslaw Kaczynski ha contado con el respaldo del 32,2 por ciento de los votantes.

Tanto en un lugar como en otro –por no citar otros casos, como el de Rusia, donde el nuevo nacionalismo pretende retrotraer a este país a la época zarista- se evidencia un auge en el rechazo a la inmigración proporcional al aumento de inmigrantes en sus respectivos países y que viene motivado por la profunda crisis de identidad que asola a la Europa blanca y cristiana, y a nuestro irracional miedo al otro, al que es distinto. Sin embargo, en ocasiones, la reacción de quienes denuncian estas actitudes no favorece precisamente la normalización de una situación sumamente compleja. Me explico: Los partidos que basan sus políticas en la vuelta a una identidad en vías de extinción y que se oponen al inevitable mestizaje al que estamos abocados acusando a los inmigrantes de todos nuestros males fijan siempre su atención en la inseguridad que acarrea este fenómeno. ¿Cuál es la reacción ante este argumento? Tachar al contrario de racista, recordar –en el caso español- que nosotros fuimos también emigrantes en otra época y que por lo tanto hay que ser solidarios, y en última instancia dejarse llevar por la corriente al tiempo que se mira para otro lado. Pero, en este caso, tienden a confundir tolerancia con verdadera solidaridad, hasta el punto de resultar insolidarios con quienes no comparten sus postulados. Que la proporción de crímenes cometidos por inmigrantes -en situación irregular en la mayoría de los casos- es muy superior a la de los nacidos en España es algo manifiesto. Y lógico. Y no por dar fe de un hecho se ha de ser necesariamente racista. Que la inmigración, tal y como se está produciendo en toda Europa no sólo acarrea efectos positivos –en términos de natalidad, de desarrollo económico y de enriquecimiento cultural- sino que ha provocado un incremento en el número de delitos es algo que no debería suscitar mayor controversia, aún cuando este último punto sirva de ariete para aquellos que sólo ven en la inmigración un cáncer de nuestra sociedad. La razón debiera prevalecer sobre el sentimiento de hacerle el juego a los malos.

Porque negando el reverso “oscuro” de la inmigración no ayudaremos a crear una sociedad más justa para todos. Más bien al contrario, debe llevarnos a reflexionar acerca de los motivos que lleva a miles de personas a abandonar sus hogares para dar un salto a Europa que, además de desarraigo –y en ocasiones la muerte- en quienes emprenden tal viaje, produce también efectos desestabilizadores para los países de acogida. Y si al reconocer esto, somos considerados por algunos autodenominados“progresistas” como xenófobos, obtendremos la medida del problema al que nos enfrentamos.

Probablemente exista en nuestro país, como en nuestros vecinos, una aversión más o menos extendida entre sus habitantes hacia lo que “nos está viniendo”. Es algo que está en la calle. Y somos concientes de que bajo ese “lo que nos está viniendo” se esconden muy diversos motivos, algunos de los cuales más que producirnos orgullo resultan dignos de oprobio. Pero, reducir esta dimensión al racismo deshumanizado de quien se cree con el derecho de maltratar a una chica de 15 años en el metro por el mero hecho de ser ecuatoriana, es llegar demasiado lejos. Porque, lo que tememos no es al rumano, sino a la banda criminal organizada; no al colombiano, sino a los violentos latin king; no al subsahariano, sino a no poder llevar a nuestros hijos al parque porque los parques están ocupados de desocupados. Porque de lo que aquí no se trata es de proteger ninguna hipotética pureza racial sino de hacer posible nuestra común convivencia. De encontrar espacio para todos. Pero para todos los que estén dispuestos a intentar convivir, o mejor dicho, a integrarse, sean senegales o de Cuenca. Y ahora que parece que estamos ganando el debate a los multiculturalistas –para quienes las fallas de Valencia y la ablación de clítoris merecían similar consideración-, tampoco estaría mal ir ganándole terreno al lenguaje de corrección política que trata de reducirnos a estar a favor o en contra de todo, aún cuando dentro de esos todos que se nos presentan como cerrados la heterogeneidad y la pluralidad con la que tanto se llenan la boca algunos para imponer su pensamiento único, sea la norma.

domingo, 21 de octubre de 2007

Hasta siempre, Juan Antonio


Ha muerto Juan Antonio Cebrián, el creador y el alma del programa La Rosa de los Vientos (Onda Cero) y con su muerte Minerva se queda sin su lechuza radiofónica preferida. Cuando aún nos enjugamos las lágrimas por la desaparición de Carlos Llamas, otro imprescindible de la radio en España, la fatalidad ha querido darnos un nuevo golpe a todos los que amamos profundamente a este medio y consideramos a algunos de sus hacedores como seres literalmente de nuestra familia.

Por inesperada –aunque qué muerte no lo es- la desaparición de Cebrián, del ‘Cebri’, ha sido traumática para miles de oyentes. Como imagino que otros muchos, Mari Carmen y yo no nos enteramos de la noticia hasta que en la madrugada del pasado sábado llegaba el tiempo del programa. Como nos incorporamos unos minutos tarde “a la sintonía de Onda Cero Radio”, como le gustaba decir siempre a Juan Antonio en sus largas presentaciones, nos chocó que en ese momento sólo se estuviera emitiendo música. Recuerdo que le dije a Mari Carmen que me había equivocado de dial y empecé una nueva búsqueda que me llevó al mismo punto de partida. Onda Cero en Málaga se sintoniza en el 90.8 de FM y allí nos encontrábamos. La radio es digital. No se trataba de un error. Nos miramos sorprendidos, atravesados por una oscura extrañeza pero exageraría si dijera que en ese momento podíamos imaginar tan siquiera que algo semejante podía haber ocurrido. Trato de reconstruir estos minutos y nos veo a Meri y a mí entretenidos en el despacho, ella retocando algunas imágenes en el ordenador, yo volcando mi último artículo en este blog (sobre la polémica suscitada por un editorial de El País sobre la figura del Che Guevara). Todo normal. Todo bajo control. Un sábado más en casa, felices, repitiendo nuestra habitual ceremonia, la misma y diferente cada vez, en la que La Rosa de los vientos y la voz profunda y compañera de Juan Antonio Cebrián se erigían como parte esencial. Entonces me volví a conectar a internet. Abrí la página de inicio de Onda Cero y allí estaba la noticia. “Fallece Juan Antonio Cebrián”. Contuve el aliento. No me lo podía creer. En Onda Cero seguía la selección musical en el tiempo en el que Juan Antonio y Fernando Rueda debían estar hablando de espías, intrigas y complots palaciegos. Poco a poco la certeza se iba apoderando de mí, mientras a mi izquierda, en el otro ángulo de nuestro escritorio, mi mujer seguía dedicada a lo suyo, indiferente aún a lo que estaba a punto de conocer. Me demoré todavía algunos instantes. Me sentía como un heraldo negro que estaba a punto de comunicar que el ardid del caballo de madera había terminado en desastre para los griegos.
La abracé. Pronuncié su nombre. Callé. Al girarse y ver mis ojos ella lo supo.

Mari Carmen es oyente de La Rosa desde el principio, una oyente incondicional, entusiasta, que colecciona pasajes, tertulias y monográficos, como el filatélico sellos. Es una auténtica “mejillona” que me abrió esta puerta cuando ligamos nuestros destinos hace cuatro años. Porque en nuestra vidas el programa de Juan Antonio no entiende de horas, ni de directos. Es una constante. El enlace sonoro entre la vigilia y el sueño, el sueño y la vigilia.

Casi toda la madrugada permanecimos despiertos. Mari Carmen encendió una vela en su honor. Entramos en el chat de La Rosa y compartimos con decenas de personas el dolor por la desaparición de este trozo de nuestras vidas. Mandamos e-mails de homenaje a programas de radio que en otras cadenas –valga de ejemplo- dedicaron parte de su tiempo a recordar la figura de este gran divulgador de temas históricos y del misterio-. Lloramos a ratos. Nos lamentamos la mayor parte del tiempo. Pero también reímos al recordar a este entrañable héroe de la radio, la reencarnación de Amenophis IV, como a sí mismo le gustaba llamarse.

Hoy nos sentimos algo más pequeños, y estafados también. Y conmovedoramente pueriles. Tanto que no cesamos de preguntarnos “¿por qué”?, “sólo tenía 41 años”, o “¿qué va a pasar ahora?”, cuando ya nos creíamos filosóficamente maduros para aceptar la desgracia como una parte más de la vida. Mari Carmen piensa que Juan Antonio debe de andar por algún cielo, charlando como Alejandro Magno, tomando café con Julio César, jugando al ajedrez con Napoleón. Y a mí me gustaría también pensarlo. Me gustaría.

'El País' en la encrucijada


Antes de emprender la que han denominado desde el propio rotativo como la transformación más importante de su historia, el aún “diario independiente de la mañana” El País, ha protagonizado uno de los episodios más curiosos y significativos de su historia. Ejemplo de pluralidad para muchos, falta de coherencia para otros, el debate suscitado por el editorial ("Caudillo Guevara") que el periódico madrileño publicó con motivo del 40º aniversario de la muerte de Ernesto Guevara ‘el Che’, ha generado un verdadero torbellino de opiniones, de adhesiones y especialmente de duras críticas como no recordamos en mucho tiempo sucediera en el interior de un medio. Con la particularidad añadida de que todo cuanto ha sucitado la controversia ha sido hecho público en el marco de las páginas del propio periódico.

Para quien no haya seguido lo que ha pasado durante los últimos diez días, lo pongo en antecedentes.

El pasado 10 de octubre la sección de opinión de El País recogía un inclemente editorial dedicado a desmontar el mito sobre el que se sustenta la admiración del Che como símbolo heróico, elevado en algunos casos a la condición de mártir, para una tradición izquierdista o más ampliamente libertaria en todo el mundo. El inicio del artículo no dejaba lugar a dudas sobre la intención que animaba a sus autores: “El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregrar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pretendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible”.

El resto del artículo, de una redacción impecable, desarrollaba esta misma idea. Pero, a pesar de que nada de lo que recogía el texto atentaba en apariencia contra los grandes principios que han inspirado la existencia del diario durante más de treinta años (espíritu crítico, defensa de la democracia, justicia social, visión racional del mundo…), supuso inmediatamente una afrenta para muchos de los lectores de un diario que ha sido siempre un referente, el único sólido de momento, de la izquierda en nuestro país. En su intento de desmarcarse de cualquier apología de la violencia en nombre de ninguna supuesta causa, los responsables del periódico (al menos sus directivos) habían tocado de pleno, sin dobles lenguajes ni eufemismos de ningún tipo, al gran icono de la ideología que presuntamente representan.

Las reacciones no se hicieron esperar. Sólo un día más tarde, la sección de “Cartas de los lectores” del diario recoge encendidas críticas. “No hace falta haber sido guevarista o serlo hoy para considerar su nota editorial de ayer (..) un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso “autorizado por la policía y vedado por la lógica”, que decía Marx”, escribe un lector airado. No será ni mucho menos el único. Desde ciudadanos corrientes hasta políticos, pasando por intelectuales se suman, como accionados por un resorte, a la polémica. Por fin un tema capaz de sacarles del sopor de los debates escleorotizados de nuestro tiempo. Al fin y al cabo, el error o el acierto del editorial es haber quebrado el equilibrio comúnmente aceptado que nos permite saber cuál es el papel que interpreta cada uno. De qué pie cojea cada cuál y cuáles son los míos, y los otros (y sospechar del que no es de nadie).

Cuatro días después de su publicación, el contenido del editorial sobre el Che es el tema exclusivo que aborda José Miguel Larraya en su condición del “defensor del lector”. Larraya advierte desde el principio que se halla ante el asunto que ha generado “la mayor protesta de los lectores” que recuerda, y destaca dos sensaciones como las principales que quienes a él se han dirigido manifiestan. Una es la “indignación”. La otra, no menos importante, por cuanto es extensiva a la totalidad de los lectores del diario, es la “sorpresa”.
Llegar al “punto álgido de la perversión” o no quedarse corto” a la hora de escupir arrogancia”, son algunos de los bellos epítetos que le atribuyen al polémico editorial algunos lectores.

El mismo día 14, José Vidal-Beneyto, una de las referencias intelectuales del periódico, no pierde la ocasión de unir su voz al heterogéneo coro. Para este columnista el editorial además de simplista y sesgado, es un intento más de “acabar con el mito del Che Guevara a fuerza de insultos y de infundios”. Es más, sentencia: “reducir la complejidad de su persona y planteamientos al comportamiento de un terrorista, no es sólo una falsificación de la historia sino que, sobre todo, representa una total negación de cualquier hipótesis de transformación radical de la sociedad”, lo que a su juicio “es opuesto al propósito fundacional de El País”.

Vidal-Beneyto sería a su vez respondido en días sucesivos por otros lectores, que a su vez seguirán apuntando nuevos argumentos para defender o atacar lo dicho por los anteriores. Una vez que está la mecha prendida no faltan nuevas ramas con las que seguir alimentando el fuego. Es entonces, coincidiendo con el malestar creciente dentro de la redacción, cuando entra en juego un nuevo elemento. Hasta el momento las diferencias de fondo con el escrito tenían un carácter intensamente emocional, ahora quienes discrepan pueden aferrarse a hechos concretos no ya para sustentar su rechazo al editorial, sino para demostrar que éste es fruto del importante giro ideológico que se ha producido dentro del diario.

Aplicando aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores” muchos aprovechan para intentar sacarle los colores al adversario. De este modo, desde la izquierda mediática periódicos como el recién llegado Público y el canal de televisión La Sexta –pertenecientes a Mediapro, cuya “guerra” con el grupo Prisa es por todos conocida-, deciden tirar de hemeroteca y rescatar el editorial sobre el Che que El País publicó justo diez años antes. Y al hacerlo dieron en el centro de la diana. El brutal contraste entre los dos artículos es evidente desde la primera línea. Como si se tratase de editoriales de periódicos distintos, o versiones sobre un mismo hecho proferidas por los portavoces de distintos partidos: “El Che ya está en La Habana, donde su cadáver fue recibido por Fidel Castro, con honores de héroe nacional el domingo pasado. Treinta años después de la muerte de Ernesto Guevara -el guerrillero más emblemático y seductor de la revolución cubana-, en su recuerdo se unen la nostalgia del idealismo perdido y el filón comercial para quienes explotan su figura. Lo contrario de lo que él predicaba. A despecho del descrédito del comunismo en los últimos años, la figura revolucionaría del Che se mantiene como un símbolo del idealista coherente y del hombre de acción”.

El Che, lejos de representar una “puesta al día del caudillismo latinoamaricano”, como pinta el editorial “Caudillo Guevara” es “un ejemplo del guerrillero heroico a favor de la humanidad”; en vez de una “suerte de aventurero armado”, era “la denuncia más flagrante del imperalismo internacional por su explotación y miseria”; en lugar de ser comparado, como ahora, con “terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas”, representaba una “promesa de una ebullición que transformaría el mundo”. Aquí el Che es condenado sin paliativos; allí su desaparición es entrevista con cariño y melancolía, como “abstracta evocación de una lucha por un mundo mejor, más igualitario y más humano”.

El País ha apostado por Camus en contra de Sartre. Y todo en menos de media generación. Pero, parece que ni los propios suscribientes de la nueva versión del Che parecen conscientes de que las olas que su golpe había producido se iban a convertir en tremendas olas. Cuando los ecos de la polémica amagan con apagarse, en un gesto inédito en la prensa española las “bases” del periódico se rebelan. El comité de redacción de El País, amparado en sus estatutos, emite un comunicado breve pero rotundo con el que marca distancias respecto a la dirección.

“La Redacción de El País quiere mostrar su disconformidad con el editorial titulado “Caudillo Guevara”, publicado el pasado día 10 de octubre. Más de dos tercios de los redactores (250) consideran que el texto publicado no abordaba en su totalidad la figura de un personaje como el Che Guevara que, con sus luces y sus sombras, es lo suficientemente compleja para haberla tratado como si no hubiera una escala de grises.”

No me digan que todo esto no es alucinante. Cuando muchos de los lectores del periódico intentan salir de estado de pasmo y otros tantos piensan ya en cambiar de diario (¿tal vez al oportunista Público?), los gerifaltes del periódico salen escaldados. La mayoría actúa de conciencia moral del periódico y les recuerda a los jefes que ellos son también el periódico, uno de izquierdas, el vagamente idealista de sus treinta años. Me imagino el estupor de los directivos. ¡Quién demonios contrató al jefe de personal que nos llenó esto de rojos! Esta situación puede ser considerada disparatada, bochornosa o incluso patética –en su peor acepción-, pero es innegable que refleja la pluralidad de un medio capaz de dar salida a los distintos latidos que emite su redacción, del director al que repone la máquina del café.

Puede que peque de exagerado pero aún a riesgo de parecerlo creo que este capítulo de la historia de uno de los grandes referentes de la prensa española está llamado a convertirse en un hito que muy posiblemente pasarán a analizar los estudiantes de periodismo dentro y fuera de nuestras fronteras. Y además coincide con el profundo lavado de cara –sobre el fondo ya hemos descubierto que es una caja de sorpresas- que sólo dentro de unas horas lo rebautizará como “El primer periódico global en español”. ¿Quién dijo que la prensa escrita era aburrida?

viernes, 19 de octubre de 2007

PZOE



Ezto ez Zapatero por la calle Zierpez y va y ze encuentra con uno y le dize: “Oye, tuz” Y va el otroz y le contezta: “puez anda que tuz”. Hasta ahora sabíamos que Mariano Rajoy tenía frenillo, que Carod Rovira era el único ciudadano español capaz de decir su nombre en catalán tres veces seguidas sin asfixiarse y que Manuel Chaves era objeto de estudio por parte de reputados fonetistas que aún no han descubierto cómo se puede hablar el andaluz con menos donaire. Pues, olviden lo anterior. Todo son juegos de niños (de esos de la pa- con la -ta= pata) al lado del último hallazgo perpetrado -y nunca mejor dicho- por los ideólogos del PSOE. Cansados de perros doberman y de polos con cocodrilos gigantes los responsables de imagen del presidente han preparado una campaña divertida pero que ¡guauu! qué divertida que pretende acercar a Zapatero, ese ser... único, al ciudadano de a pie. “Y todo con una sonrisa”. De este modo han sublimado la célebre fórmula ‘ZP’ de hace cuatro años para convertir a José Luis en el único ser real o ficticio -con la salvedad de El Zorro- que todo lo termina con la Z.

ProsperidaZ, competitividaZ, accesibilidaZ, empleo de calidaZ, alta velocidaZ, igualdaZ, sensibilidaZ, modernidaZ, solidaridaZ, estabilidaZ, capacidaZ... En resumen: “Con Z de Zapatero”. No me digan que no es una gran idea de FerraZ. ¡Oh! Qué casualidaZ, ¿verdaZ?

Los creadores del vídeo aseguran que se han inspirado en aquellas célebres piezas crepusculares en las que veíamos al ex-presidente Clinton haciendo de mafioso o recorriendo la Casa Blanca sin que nadie le hiciera el menor caso. A los creadores, se les ha olvidado comentar que la diferencia entre los dos casos es que este último, y pese al parecido físico de su protagonista con Mr. Bean, no tiene gracia.

Zapatero, cuidao, hace lo que puede. Intenta incluso reírse de sí mismo cuando aparecen unos muñecos de guiñol imitándolo en pleno frenesí ceceador y justifica en un golpe de efecto comiquísimo su manía compulsiva aduciendo que “Debe ser una cosa de familia o de mi tierra”. Por favor, presi, pare que me mata de la risa. Pero, si a muchos nos sorprende aún cómo este tipo ha podido llegar a La Moncloa no quiero decirles de qué manera puede afectar a la psique verlo hacerse pasar por humorista. Aunque, nunca se sabe, ahora que dicen que tanto está favoreciendo a Mediapro, propietaria de La Sexta, tal vez ZP se esté preparando una salida en el programa de Emilio Aragón, por si las moscas.

Para nuestro consuelo se trata sólo de una campaña de dos meses de duración con la que los socialistas quieren enseñar a España- atrás quedó ya lo del Estado español y otros eufemismos semejantes-, cómo no se puede ser más enrrollao. Y qué quieren que les diga, entre esto y ver a Rajoy llamando a la movilización nacional para la salvaguarda de nuestras esencias patrias (y no precisamente a jazmín olían muchas de las banderas desplegadas el pasado 12 de octubre), no sabría con qué quedarme. ¿Tal vez con el irresistible gracejo de Llamazares?

Ejem.

martes, 16 de octubre de 2007

Días euroescépticos


Hoy me he levantado sin motivo aparente de un euroescepticismo feroz. ¿Tendré un ramalazo 'brit' que desconocía o es simplemente que la política de los hechos consumados está desbancando de su poltrona a este idealismo contumaz que tantos descalabros nos ocasiona a algunos? Porque, ¿a quién le importa Europa? ¿A un puñado de burócratas generosamente pagados, a cuatro politólogos ociosos, a los historiadores que hacen la crónica de sus cien éxitos y sus mil derrotas?

La idea de una Europa “utilitaria” se ha impuesto definitivamente. ¿O es que siempre fue así? ¿No obedece el nacimiento de la Europa contemporánea a mediados del siglo pasado a la necesidad de evitar desajustes que en lo económico pudieran conducirnos a una nueva guerra? Para constatar esta evidencia basta con remitirse a la declaración hecha pública el 9 de mayo de 1950 –esta fecha quedará más tarde como referente para la celebración (sic) del Día de Europa- por Robert Schuman, ministro francés de Exteriores, que de algún modo sienta las bases de la futura institución supranacional europea. “La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas” -dice la comunicación escrita a su vez por Jean Monnet, en la que junto al discurso pacifista se trazan las líneas maestras de una necesaria “solidaridad” económica que debía empezar por una alianza franco-alemana que sellara históricos antagonismos.

Así las cosas, ¿debemos resignarnos en ver a Europa como un antídoto contra la guerra? La experiencia de los Balcanes nos demuestra que su eficacia en este sentido es bastante limitada. ¿Como un conglomerado de intereses económicos que cada uno unilateralmente puede vulnerar? La debilidad política del continente es tan manifiesta que llega en ocasiones al ridículo. ¿O como un espacio de derechos y deberes compartidos fruto de la evolución diversa, compleja, incluso traumática pero convergente en muchos sentidos de los países que la integran?

Volvemos a caer en el idealismo. Pero, me da por pensar, tal vez la etapa de estancamiento actual se deba a que hemos tendido a pensar en Europa desde una perspectiva meramente instrumental, pensando en términos de utilidad, como si aún no nos hubiésemos dado cuenta de que ya estaba ahí antes de que llegáramos para preguntarle con irreverente suficiencia ¿de qué me sirves?

Entre las versiones “románticas” de esa Europa que no cabe aprehenderse en tratados ni textos legales, me quedo con la ingeniosa lectura que plantea George Steiner en La idea de Europa. Para este sabio judío, Europa es ante todo un café en donde se citan, conversan y conspiran los intelectuales. Europa es para Steiner una cartografía diseñada a la altura de los pies del hombre, quienes le otorgan al continente, desprovisto de desiertos o cordilleras impenetrables, su verdadera medida. Europa es, en este sentido, de un extremo a otro, esencialmente “paseable”. Y si se me permite la apreciación, “histórica”, en la medida en que sus calles y plazas -en contraste con las quintas avenidas o calles 42 norteamericanas- llevan el nombre de personajes ilustres. “Hasta un niño europeo -dice Steiner- se inclina bajo el peso del pasado, como tantas veces hace bajo el de la mochila escolar sobrecargada”. Por último, para el lingüista, matemático y filósofo parisino de origen vienés, Europa, que debe lo que es a su doble herencia helénica y judaica, no se comprende sin esa “autoconciencia escatológica” que encarnada en el siglo XX en Auschwitz o el Gulag, mantiene al europeo en estado de permanente alerta ante la posibilidad de su propia destrucción.

Con estos cinco axiomas define Steiner lo específicamente europeo. Con lo que demuestra que Europa -incluida la política-, sólo es posible pensándola y celebrándola “idealmente”.

Europa, me permito apuntar, debe ser una maleta, o mejor, un botiquín que nos acompañe. Nunca una herida supurante. No, otra vez.

viernes, 12 de octubre de 2007

El compromiso de Amos Oz


¿Cómo curar a un fanático?”. La pregunta la formula Amos Oz (Jerusalén, 1939) al comienzo de Contra el fanatismo (trad. de Daniel Sarasola, Ediciones Siruela, 2003), un pequeño y estimulante librito nacido de tres conferencias que el escritor israelí impartió en Tubinga y que constituye un perspicaz alegato en favor del sentido común a la hora de intentar superar el ‘problema’ árabe-israelí. “¿Cómo curar a un fanático? –interroga Oz-. Perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán es una cosa. Luchar contra el fanatismo, otra muy distinta”. De hecho, para empezar hay que diagnosticar el mal. Esto es lo más fácil, basta con saber identificar la naturaleza del fanático, que parte, según Oz “al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”, y que le lleva a desear cambiar a los demás.
Por su bien, claro. “El fanático es una criatura de lo más generosa. El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte…” El fanático se desvive por nosotros, viene a liberarnos de nuestras ataduras, topógraficamente hablando, con el mismo gesto: “Una de dos: o nos echa los brazos al cuello porquer nos quiere de verdad o se nos lanza a la yugular si demostramos ser unos irredentos

Todo opera para que el “acuerdo” -única condición que permitirá hallar una solución duradera entre las partes- no llegue a producirse. Todo se reduce a vencer o salir derrotado, a humillar al enemigo o claudicar, a imponer la única verdad o traicionar el ideal. El fanático no está dipuesto a dar su brazo a torcer. El diálogo no existe sino como acto de agresión mediante el que conquistar un territorio. Es una colonización en la que el invasor no está dispuesto a fundirse con el enemigo. Sólo quiere aniquilarlo, lo que en ocasiones resulta ser literal.

El fanático tiene inoculado un virus letal que además es “extremadamente pegajoso”, y que se puede contraer fácilmente, “incluso al intentar vencerlo o combatirlo”. Con este panorama, ¿nos queda alguna esperanza de encontrar un antídoto? Para el autor debe de existir, aunque los más de cuarenta años, que le han llevado entre los “suyos” a ser tachado en ocasiones de “traidor”, en pro de una solución negociada al conflicto “territorial” entre palestinos e israelíes, han sido tiempo más que suficiente para advertir de que no existen soluciones fáciles ni alcanzables a corto plazo.

Para empezar, es necesario conjurarse contra esta peligrosa afección. En este sentido, un alivio infalible resulta ser el sentido del humor. “Creo –dice Oz- haber inventado la medidina contra el fanatismo. El sentido del humor es un gran remedio. Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor. Y más adelante: “Si pudiera comprimir el sentido del humor en cápsulas y luego persuadir a poblaciones enteras para que se tragaran mis píldoras humorísticas, inmunizando así a todo el mundo contra el fanatismo, puede que algún día accediera al Premio Nobel de Medicina en vez de al de Literatura”. Si esto falla, el -de momento-, último ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, propone otro remedio, un recurso de escritor: “imaginarse en el otro”. “¿Cómo me sentiría si fuera ella? ¿Cómo sería ponerme en la piel de él?” Son preguntas que Oz, el narrador, se hace cada día antes de escribir hasta los diálogos más sencillos. Como decía D.H. Lawrence: “Para escribir una novela, hay que ser capaz de refrendar docena y media de opiniones y sentimientos contradictorios con el mismo grado de convicción”.

Y es esta técnica, producto de la observación, de la contemplación creativa, la que permite al ciudadano entender, desde su punto de vista judío israelí, cómo se siente un palestino desplazado o un colono israelí en Cisjordania. Al fin y al cabo, venimos con las cartas marcadas y uno no sabe nunca dónde o bajo qué condiciones podría haberse encontrado. “No puedo dejar de pensar muy a menudo –escribe el autor de la perturbadora Una historia de amor y oscuridad en otro pasaje del libro- que, con una leve modificación de mis genes o de las circunstancias de mis padres podría ser él o ella, podría ser un poblador de la orilla occidental, podría ser un extremista ultraordoxo, podría ser un judío oriental de un país del Tercer Mundo, podría ser alguien diferente. Podría ser uno de mis enemigos”. Se trata de procurarse un puente mental con el que combatir este “gen fanático que todos llevamos dentro”. Porque, como nos recuerda Oz, parafrasenado a John Donne, ningún un hombre es una isla, en todo caso, una península con una mitad unida a tierra firme y la otra mirando al océano. “Una mitad conectada a la familia a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo y al lenguaje y a otros muchos vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando el océano.”

Esto debería ser válido –teniendo en cuenta, como diría Cioran, que existen grados en la escala deplorable- para un ecologista radical, un seguidor de las dietas extremas o un terrorista suicida. En definitiva para todos lo que, viendo el infierno en los otros, son capaces de asomarse a la tenebrosa mirada de nuestro “enemigo”.

jueves, 11 de octubre de 2007

Memoria

No podemos ni debemos olvidar el Holocausto del pueblo judío. ¿Cuántas veces habremos escuchado esta máxima? ¿No nos sentimos conmovidos al leer el Diario de Ana Frank, o al ver La lista de Schindler o El Pianista? ¿No nos perturba ferozmente la poesía de Paul Celan, y, por encima de todo, no sentimos que al recordar estamos de algún modo rindiendo tributo a todas las víctimas de aquella perversa carnicería? Los pueblos que no conocen su propia historia están condenados a repetirla. ¿No es una expresión de circulación corriente entre personas de todo signo? La negativa de los turcos a no reconocer el genocidio del pueblo armenio, ¿no nos llena a todos de indignación? Es más, ¿no es uno de los motivos que esgrimen algunos ‘liberales’ para cerrar la entrada de Turquía en la UE?

Lejos de lo que en ocasiones pudiera pensarse, la nuestra es una epoca de conservación. La inflación en el número de museos, canales temáticos y retrospectivas de todo tipo (de la moda a la filosofía), nos convierten en seres que, como el ángel de la Historia de Klee, tienen un pie anclado en el pasado. El “hombre nuevo” ensalzado por la Revolución y por el que el Che Guevara mató y fue matado, quedó atrás y, querámoslo o no, estamos condenados a asumir que llevamos a nuestra espalda el pesado fardo que heredamos de quienes nos precedieron.

Aún así, de vez en cuando, hay quienes reivindican su derecho a mirar al futuro. Lo hacen para no dividir, para no abrir viejas heridas, para garantizar nuestra convivencia. Pero llama la atención que suelan ser los mismos que en otros momentos no tienen inconveniente en tirar de archivo para reivindicar tal o cual tradición sangrienta o para legitimar históricamente su propio concepto de nación.

Porque, ¿qué puede justificar el revuelo desencadenado por la Ley de la Memoria Histórica? ¿Se puede estar permanentemente incitando a mirar al pasado de nuestra Transición -como en un eterno presente absoluto- pero resulta inmoral ir más atrás? Superado el riesgo de confrontación civil, ¿qué puede motivar esta cerrazón no ya a abrir, sino a cerrar un capítulo decisivo de nuestra historia reciente? ¿O es que puede la Iglesia reconocer a ‘sus’ mártires de la Guerra Civil y el Estado no compensar moralmente a quienes, en ocasiones, lo perdieron todo por sus creencias, o simplemente porque pasaban por allí?

Otros pueblos hace mucho que superaron este tipo de complejos. La Alemania posterior a la II Guerra Mundial, tras enfrentarse al pacto de silencio fruto de una hiriente sensación de culpa colectiva, tuvo que afrontar el brutal episodio que convirtió a la nación más culta de Europa en una eficacísima máquina de muerte.

No nos engañemos. No estamos ante un Estado vengador movido por el revanchismo. Hablamos de justicia, o si el termino suena demasiado grueso, de reconfortar a los olvidados. De pasar página escribiendo, no arrancando las hojas que no nos gustan.

martes, 9 de octubre de 2007

El Che Guevara y la llama sagrada


¿Qué pensaría el Che si viera su rostro –según la versión inmortalizada por Korda- estampado en el minúsculo tanga de una top model? ¿Se pondría a cantar a lo Ortega Cano “Estamos tan a gustito”, o asumiría el fracaso de toda una vida de estudios, luchas, sueños e ideales?

Cuando Ernesto Guevara fue asesinado en el poblado boliviano de La Higuera hace cuarenta años, el sueño de la revolución universal socialista era aún una utopía de este mundo. Con una Berlín partida en dos como símbolo de la “guerra fría”, y a rebufo de una descolonización apresurada, la liberación de los oprimidos por medio de las armas no resultaba del todo una praxis descabellada. Más si tenemos en cuenta que él había sido protagonista de una gesta heroica al derrocar la dictadura cubana de Batista junto a un puñado de hombres dirigido por Fidel Castro que, lo que no es menos importante, habían contado con la adhesión de casi todo un pueblo.

Este joven Che que idealmente recrea la película Diarios de motocicleta (filme y banda sonora son admirables), tiene muchos paralelismos con el que años más tarde se jugará la vida en el Congo y la perderá en Bolivia. Sólo así se entiende que cuando todo lo encaminaba a convertirlo en un burócrata al servicio del Partido en Cuba, decidiera, dejando atrás familia y comodidades, reemprender la lucha armada. Y de qué manera. Abandonado a su suerte, con unos recursos muy escasos, con ínfimas posibilidades de victoria, movido únicamente por el deseo de sacar a “nuestra América mayúscula” de la miseria que asolaba a sus habitantes.

Mucho se ha hablado del carácter frío, sanguinario incluso, del que hizo gala el Che en numerosas ocasiones a lo largo de su vida. Sus detractores recuerdan al guerrillero implacable capaz de ajusticiar sin pestañear a los traidores y cobardes y, en definitiva, a quien no comulgase con sus ideas. Sobre este asunto han prevalecido dos lecturas: la que lo encasilla como un criminal para el que cualquier fin justificaba los medios; o su antagónica, ensalzada por la ‘Revolución’, según la cual Ernesto Guevara encarnó al irreprochable héroe de leyenda, al mártir del socialismo cuyo ejemplo recordarán los siglos.

El caso es que en Guevara, como en los auténticos “revolucionarios”, teoría y praxis se dieron la mano, de tal modo que a la lectura reflexiva del pensamiento marxista (el filósofo alemán al igual que Mao, aunque también Goytisolo, León Felipe u Onetti, le acompañaron en sus “aventuras”) le seguía indefectiblemente la acción encaminada, por medio de la violencia, a tomar el poder, a crear el “hombre nuevo”. ¿Terrorista o soldado de la Libertad? ¿Robespierre o Robin Hood? Según se mire.

Con motivo del 40º aniversario de su muerte Fidel ha manifestado: “Era un predestinado, pero él no lo sabía”. ¿Mesianismo? Claro, quién mejor que el argentino para representar al héroe trágico de la Revolución. Pero, ¿se veía de este modo a sí mismo el Che? En una carta a su madre de julio de 1956, el ya entusiasta admirador de Castro, afirma: “No soy Cristo y filántropo, vieja, soy todo lo contrario de un Cristo […] trato de dejar tendido al otro, en vez de dejarme clavar en una cruz o en cualquier otro lugar”. Sin embargo, tres años después, en otra misiva escrita entre sus viajes por medio mundo como representante del gobierno revolucionario de La Habana su tono es distinto: “No tengo casa, ni mujer, ni hijos, ni padres, ni hermanos […] Sin embargo, estoy contento; me siento algo en la vida, no sólo una fuerza interior poderosa, que siempre la sentí, sino una capacidad para transmitirla a los demás. Un absoluto sentimiento fatalista de mi misión me quita todo miedo”. Guevara acababa de asumir su condición histórica, aunque sin sospechar siquiera el grado de repercusión que su figura llegará a alcanzar. Y en parte, gracias a su amigo Castro.

A menudo se ha especulado que fueron diferencias entre Castro y el Che las que motivaron el abandono de este último de la isla. La ruptura no parece probable, al menos de forma abierta. El Che nunca renegó de Fidel (en voz alta). Pero, si bien es cierto que la adhesión del argentino al proyecto del líder cubano se mantuvo (en público) inalterable a lo largo de los años, es posible seguir el rastro de una desilusión a través de un puñado de testimonios que han llegado hasta nosotros. Así, en unas declaraciones a Naser: “Después de la revolución, no son ya los revolucionarios quienes hacen el trabajo sino los tecnócratas, los burócratas. Y ellos son contrarrevolucionarios”. ¿Temía el impenitente fumador de puros convertirse en contrarrevolucionario? ¿Entreveía entonces el Che lo que con en unos pocos años llegaría a hacer Fidel de la isla, esto es, una nación asfixiada económicamente y con las libertades absolutamente restringidas? De lo que no tenemos duda hoy es de que la salida, primero, y la muerte, más tarde del Che resultaron providenciales para Castro. No sólo ganó para la “causa” un icono poderosísimo –al que atribuirle incluso unos restos mortales cuanto menos dudosos si es necesario con tal de erigirle un panteón-, sino que se evitó muchos problemas, los derivados de su humanismo marxista (que no es patrimonio del Partido), de su compromiso personal con los oprimidos de todo el mundo. No en vano, y en contraste con el universalismo de sus propios planteamientos, Guevara ya había definido en su día al Comandante de “nacionalista revolucionario”. Y Fidel ya tenía “su” Cuba.

Observando las fotografías que nos lo muestran -hinchado por la cortisona con la que trataba de combatir tu pertinaz asma-, trabajando en las plantaciones de caña, o leyendo aquellos apuntes de juventud en los que se autodefinía como un “vago rematado”, asistiendo al relato de sus fatigosas expediciones guerrilleras que le segarían la vida, comprendemos en toda su profundidad a la persona tras el personaje. “No sólo no soy moderado –llegó a decir- sino que trataré de no serlo nunca, y cuando reconozca en mí que la llamada sagrada ha dejado lugar a una tímida lucecita, lo menos que pudiera hacer es ponerme a vomitar sobre mi propia mierda”.
Suena anacrónico. Como todas las utopías que por fin encontraron su tiempo en el pasado. Como el Don Quijote que a través de sus numerosas lecturas, reverenció. Como le escribió a sus padres antes de lanzarse a su aventura guerrillera en el Congo: “Otra vez, siento bajo mis talones el costillar de Rocinante

viernes, 5 de octubre de 2007

Carlos Llamas. I.M.


El día que leí en el periódico que Carlos Llamas volvía a ponerse a las riendas de Hora 25, sentí una gran alegría. La publicidad escogida para la ocasión decía: “Ya estamos todos”. Me emocionó. Recuerdo la expectación que generó su regreso, en mayo pasado, y la desilusión que a sus oyentes nos embargó la primera noche. Su voz -ese torrente modelado a voluntad- resonaba cascada a causa de los estragos producidos por la enfermedad que padecía. Recuerdo que pensé: “¿por qué vuelve en estas condiciones?”, “¿es que no se escucha a sí mismo?”. En aquellos instantes, al tiempo que agradecía el esfuerzo por retornar a una normalidad ya imposible, no pude evitar, pese a forcejear contra ese pensamiento, sentir una profunda pena. Al poco tiempo, la misma voz que se había asomado para plantar batalla, como si quisiera a través del aire exhalado tirar del resto del cuerpo, volvía a desaparecer. No habría vuelta atrás.

Siempre se van muchos, pero perturbadoramente pareciera que ya están siendo demasiados. El periodista Carlos Llamas ha sido el último en sumarse a esa pléyade de ilustres del pensamiento, las letras, el arte o el periodismo que nos han sido arrebatados en los últimos meses. Y si bien es cierto que las desapariciones de Bergman, Umbral, Pavarotti o André Gorz -esta última de un dramatismo conmovedor, al suicidarse junto a la mujer de toda su vida-, me han resultado penosas, la del veterano periodista de la SER ha sido la única capaz de vidriarme la mirada.

En esta corta existencia que recorremos son muchas las personas que “rozamos” y muy escasas las que se quedan adheridas a nuestra vivencia. A veces es un poeta quien nos abre las puertas de las percepción, otras un maestro el que, al principio de modo invisible, nos marca el camino; para los más afortunados casi siempre hay una mujer que como la Beatriz de Dante nos guía en este mundanal purgatorio y, cosas de la vida, un simple periodista también puede convertirse en singular compañero de fatigas.

Por eso, el descubrimiento durante mi primera juventud del programa de Llamas adquirió una especial relevancia. Con el periodista zamorano, a través de sus intencionadas aperturas, de sus crónicas diarias y de las tertulias que cada noche moderaba, fui abrazando la edad adulta.

De ahí que no pueda decir si Carlos Llamas fue o no un gran periodista. No destapó ninguna gran trama secreta, no fundó un grupo multimedia, no fue la imagen televisiva de ninguna gran compañía, ni siquiera obtuvo una letra en la Academia de la Lengua. Pero contribuyó, incluso cuando me irritaba profundamente con lo que sus detractores tachaban de “arengas progresistas”, al desarrollo de mi visión del mundo.

Buen viaje.

 
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